Leo mucho sobre cómo superar el miedo al cambio, hablo mucho de ello en la ventanita que comparto con vosotras. Y fijaos, que hasta el momento en el que he empezado a escribir este artículo, estaba convencida de que yo no sufría ese miedo, de que lo que temo realmente es la inmovilidad, pero como lo que uno tiene que hacer para contarse la verdad es fijarse, no en lo que dice, sino en lo que hace, afirmo aquí que sí, que algún temor habrá cuando tardé tanto en reinventarme profesionalmente, sabiendo que ahí no era. Lo mismo con ciertos patrones familiares, hacia arriba y hacia abajo. Si he tardado en sustituirlos, o si no lo he hecho aún, por algo será.
Otra cosa es que se me pongan los vellos como escarpias si pienso en vivir para siempre en la misma casa, con los mismos muebles; si me digo que no haré nuevos amigos y que charlaré de los mismos temas una y otra vez como pasa en ciertos entornos; si no aprendo nada nuevo esta semana y durante todas las que están por venir; si no planeo explorar otras ciudades en otros países. Y, la verdad, ahora mismo también me ataca el desasosiego si creo que me dedicaré lo que me queda de vida (que espero sean muchos años) a esto que hago ahora, y no porque no me flipe, sino porque me parece imposible que, a los sesenta tacos (ojo, que solo quedan diez años y el tiempo pasa volando) no haya descubierto algo que me atraiga más que esto que me atrae tanto ahora.
Dicho esto, ¿por qué le tengo miedo a unos cambios y a otros no? Llevo un rato dándole vueltas entre línea y línea, no creáis que estos #TresMinutos se escriben en tres minutos, ni en cinco, ni en cuarenta. La respuesta está, creo yo, en lo aprendido, en lo de siempre: en las creencias. En lo que hemos mamado, en lo que nos inocularon sin saberlo los que nos criaron.
Mi familia ha vivido en varias ciudades; desde que yo nací, nadie trabajó por cuenta ajena, el emprendimiento en vena; aprendí que se pueden tener aficiones muy diversas, que se pueden improvisar viajes, que nunca es tarde para aprender y que la edad es un numerito y nada más. Pero no he sido testigo de cambios laborales, ni de decisiones que tengan que ver con no tropezar más con las piedras de los patrones en las relaciones. Y como no lo he visto nunca, le tengo miedo. Normal, se abre el abismo de lo desconocido, un Godzilla terrorífico que se me puede zampar viva.
O no.
Porque solo hace falta observar y darse cuenta de que el miedo es una fantasía, y que si hay otros que cambian de curro, de esquemas relacionales y no sufren el ataque de Godzilla, yo puedo estar a salvo también.
Si los miedos de cada una son diferentes y unas temen el emprendimiento, otras la soltería, otras la soledad, otras la opinión ajena y otras el cambio, quizás podamos concluir que la solución se encuentra en elevar el dron para sustituir la fantasía por la realidad, una que nos cuenta que ya es hora de liberarnos de aprendizajes limitadores para abrir libros nuevos, escritos por nosotras desde cero. Superar, en este caso, el miedo a la página en blanco, a los borrones, a las faltas de ortografía, al fracaso. Decía Ester Tusquets que un buen libro es aquel que solo podías haber escrito tú, si no, no vale la pena. Con la vida pasa lo mismo: solo es buena si es tuya. Tuya, no de tus miedos.
Que bonita tu reflexión de hoy Sol, gracias por compartir.
Llevo mucho tiempo conviviendo con el miedo, hasta lo he visualizado: es un personaje que lleva un traje de color marrón (un color que detesto mucho en la ropa), es grande, muy encorvado, tiene la piel maltratada y muchas ojeras. Vamos, atractivo no es. Tardé tiempo en verlo, siempre huía de él. Hasta llegué a tener miedo de tener miedo. Mi sicóloga me ayudó a verlo, a ponerle un nombre, a hacerlo más humano, para desmitificarlo y que fuera más cercano a lo cotidiano.
Ese paso me ayudó mucho para tratarlo como ese pariente al que no quieres ver, pero que finalmente aparece en la cena de Navidad. Se sienta a mi lado, me dice "hola", a veces trato de ignorarlo, pero si lo hago se acerca más, me da la mano, me invade. Entonces tengo que mirarlo y hablarle "has vuelto querido señor marrón, hacia tiempo que no te veía".
Sé que cuando llega, es porque algo tengo que aprender de ese miedo.
Ahora no me paraliza, lo veo con curiosidad, sé que si está ahí es porque tengo que abrazarlo y saber qué me toca ver, por dónde vez la lección esta vez.
Hay ocasiones en las que son miedos antiguos, que ya creía superados, pero no amiga, vuelven ahí. Lo mejor es que ya no son el enemigo. Forman parte de mi. El terror a ese miedo se ha disipado abrazando y queriéndome mejor, con lo bueno y sobretodo, con la curiosidad y la alegría que detrás hay un nuevo aprendizaje.
Que importante no dejarse arrastrar por los miedos para ir escribiendo tu propia vida. Sol gracias por vencer tus miedos y darnos este empujón todos los sábados. Tu esfuerzo de horas que nosotras leemos en tres minutos hacen cambios enormes. Gracias!!