Hoy me he despertado a eso de las 6:00 y he salido a pasear por este Madrid que no es que me guste, es que lo amo. Cada vez más, creo.
Siempre sigo la misma ruta en mis paseos matinales de fin de semana: salgo de casa, bajo por la calle Trafalgar y me dirijo hacia la calle Barquillo. Mientras paso por delante de nuestra primera oficina y contemplo los que fueron nuestros balcones, recuerdo el primer día después del confinamiento en el que pude ir a nuestro lugar mágico, ese en el que nacen y crecen los sueños.
Mascarilla y guantes de goma mientras firmaba libros que luego llevaba a la oficina de MRW. Más mascarillas, más guantes. Esperas en la calle. Miradas esquivas, a ver si me vas a contagiar.
Puede que leyéndome, te parezca que este es un recuerdo desagradable, pero no, para nada. Y si te digo que saboreo con nostalgia aquellos días, pensarás que estoy como una cabra. Probablemente tengas toda la razón. Me sabe mal hasta admitirlo, porque soy muy consciente del drama que supuso aquello. Que sigue suponiendo. Pero como no hay nada que yo pueda hacer por solucionarlo, me dedico a bucear en el porqué de mi morriña pandémica.
La respuesta es fácil: reinaban la Soledad y Silencio. Sí, con mayúsculas.
Ningún plan más allá de currar en casa y gestionar la adolescencia de mis hijos. La agenda semivacía, para variar. Poco que coordinar aparte de la comida, las formaciones online y el deporte, hasta que llegó el coronavirus a este cuerpo.
Y el silencio, tan enorme, tan desconocido, tan interminable. Tan infinito que podías, incluso, escucharlo. Como una ventosa en los oídos. Como el fondo del mar.
De nuevo, lo leo y podría dar miedo, pero a mí me provocaba un gusto descomunal. El silencio se me metía dentro y me inundaba. Echo muchísimo de menos lo que yo llamo el “Silencio Confinamiento”, tan inconfundible, tan complicado de reproducir.
Vete al campo, Sol, allí no hay ruido. Pero siempre lo hay. Un coche a lo lejos, un avión, otro ser humano buscando como yo la nada y jodiéndome el plan. Mi Silencio Confinamiento es imposible de conseguir y por eso, supongo, lo idealizo tanto.
Cuánto tiempo y cuánta energía me habría ahorrado si hubiera detectado antes este amor por el Silencio Imposible. Si le hubiera dado la importancia que se merece. Si me hubiera agarrado a él con uñas y dientes, si lo hubiera defendido de conversaciones desagradables y ruidosas, de pensamientos desagradables y ruidosos. Quiero contarme que no lo hice antes porque no lo conocía, nunca habíamos vivido un encierro mundial.
Excusas.
El Silencio Imposible me saludó en las montañas nevadas, cuando esquiaba entre semana, más sola que la una. En algunos amaneceres de invierno en mi isla. Seguro que en algún otro momento. Y lo ignoré, pasó por mi lado y no supe abrazarlo.
Menos mal que el Silencio volvió, y de qué manera.
Como nunca es tarde si la dicha es buena (y lo es), me he propuesto enmendar mi error, encontrar el Silencio Imposible, o lo que El Silencio Imposible supone para mí, que no es más que la claridad de pensamiento; una nada de las que alimenta, no de las que vacía. Las piezas del puzle que soy encajadas al milímetro.
Lo busco fuera, a base de madrugones, de apagar el móvil; de alejarme de lo estridente, de los planes que no me entusiasman, de las personas que no me nutren.
Lo busco dentro, arreando manotazos mentales a lo que me estorba, a lo que no tiene solución, a lo que no depende de mí, a lo que ya pasó, a lo que no sé si pasará y no me gusta.
Aún no lo he conseguido, pero me acerco. Lo huelo, lo siento rozándome mientras las farolas se apagan a mi paso, anunciando el día. Sentada en mi sillón orejero color mostaza cuando me ataca el insomnio.
Quizás nunca lo alcance, pero al menos ahora sé hacia dónde voy. Y eso es mucho.
Te dejo un comentario porque me encanta lo que estás escribiendo. Hace unos años empecé a ver al silencio como amigo en lugar de como ese enemigo aburrido. Deje de interrumpir los silencios y aprendí a escuchar. A veces cuando no tengo nada que decir y me lleno de cuestionamientos porque no puedo compartir algo con mis amigos, les presto más atención, los conozco más, sus gestos, su tono de vos, lo que les gusta y lo que no.
Deje de matar al silencio y le permití ser. Gracias por también dejarlo vivir en vos. Me encantó tu blog
Qué gran razón tienes con ese silencio de confinamiento. Yo vivo pegada a la M-30, cuando abro la ventana hay estruendo de coches. Durante el confinamiento escuchaba los pájaros. Y como habitante de aldea hasta los 24 años, totalmente de acuerdo, allí no hay tanto silencio. Enhorabuena por estos Tres Minutos de cada sábado.