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Cada mañana paso quince minutitos mejorando mi acento en inglés. Como mi profe me dijo que mi manera de hablar le recordaba a Elizabeth Gilbert, busco vídeos suyos y me dedico a repetir como un loro lo que cuenta la autora de “Come, reza, ama”. El vídeo de hoy tenía que ver con el miedo al fracaso y también, de alguna manera, con el miedo al éxito. Dos caras de una moneda que no tiene nada que ver con lo realmente importante en la vida, que es disfrutarla y nada más. Y nada menos.
En mi retahíla de contenidos, tanto en estos #TresMinutos nuestros como en mis redes sociales, sobre las herramientas para ganar confianza, había que tratar en algún momento ese miedo infernal que le tenemos al fracaso. Un miedo que nos agarra los tobillos y nos impide alzar el vuelo; que empapa la mecha para que no la encendamos, para que no brillemos, para que nos quedemos grises y agachadas y bloqueadas.
Lo más tremendo es que si te pregunto, querida suscriptora, qué es para ti el fracaso, seguro que te quedas callada y pensativa unos cuantos segundos, como mínimo. Como máximo, la cara de póker sustituirá a la respuesta. Sientes terror ante algo que no sabes bien qué es, ni cuál es ese resultado horroroso que provoca y del que hay que huir sí o sí.
Tenemos claro que el miedo a caminar sobre una cornisa llega por el peligro de estrellarnos contra el asfalto, o que no nos meteríamos en la jaula de un tigre por si nos arranca un brazo de un bocado, o que no nos vamos a comer algo que huele regulero porque lo mejor que puede pasar es que echemos el hígado. Aquí el miedo es racional, justificado, útil porque nos protege. Todo bien.
Pero la inmovilidad por el miedo a fracasar no tiene sentido alguno, porque supone una consecuencia catastrófica en sí misma. El desastre se produce en el mismo momento en el que decidimos cercenar nuestros sueños, nuestros planes, nuestra vida por si algo no sale como se supone que tiene que salir. Como si en ese instante se detuviera el planeta y no tuviéramos oportunidad de reconducirnos, como si nos fuera a caer una losa de quinientos quilos encima y chimpún, a la mierda todo.
Y lo peor es que sentimos la losa antes incluso de concretar qué es eso que deseamos, vaya a ser que si lo defino me haga tanta ilusión que me vea impulsada a ponerme manos a la obra, a convertirme en la persona que quiero ser.
El miedo al fracaso venciendo a las ganas de vivir: un sinsentido catastrófico.
Te preguntarás (que ya nos conocemos, lectora) cómo superar ese pánico paralizador. No hay fórmulas mágicas, pero sí un camino que, desde luego, nos acercará al conocimiento que es, tantas veces, la solución.
Siéntate, hazte un té, enciende una vela, agarra una libreta bonita, ponte un perfume que te siente bien (yo uso este), avísate de que en esa conversación que vas a tener contigo misma aparecerá un personaje que te contará que vaya tontería, que para qué, que no estás tan mal, que no seas pava y prepara tu respuesta: tú di lo que quieras, que aquí mando yo y, por mis ovarios, que voy a desenredar esta madeja mental mía. Ahora reflexiona, con calma y sin miedo, sobre qué es para ti el fracaso. Date tu tiempo, escribe lo que salga ¿De quién o de qué aprendiste ese concepto de fracaso y quién te contó, con palabras o con ejemplos, que el fracaso era algo a evitar aunque el coste fuera tu felicidad? Pregúntate, también, cuál es el precio que estás pagando por dejar que el miedo al fracaso gane. Piensa en alguien cuyas acciones revelen que su amor por el disfrute puede más que el miedo a que las cosas no salgan como las planeó, ¿te gusta esa persona?, ¿cuáles dirías que son sus valores, sus creencias? ¿Qué puedes hacer para imitarla?
Para terminar, trasládate a la niña que fuiste y también a la ancianita que serás. Pregúntales a ambas qué les gustaría que hicieras con sus talentos, con su tiempo, con sus sueños, ¿se los entrego a mi miedo o los abrazo sin mesura? Escribe su respuesta, bien grande, en tu libreta. En la pared. Conviértelo en un tatuaje y, sobre todo, grábatelo en el alma.
Hoy han sido más de tres minutos, la ocasión lo merecía.
Feliz sábado.
El miedo al fracaso: qué es y de dónde sale
Mi regalo del sábado por la mañana. Imprimo todos tus Tresminutos, (tengo pocos porque hace poco que te sigo, aunque me gustaría tenerlos todos) y los busco según el momento, releo, subrayo. Es mi mejor café de la semana.
A veces la falta de enfoque te hace pensar que careces de redes de apoyo, de ese entorno trampolín del que hablábais ayer Ángel y tú. Y eso aumenta el miedo y la parálisis, cuanto más lo piensas, más te sujeta los tobillos.
¿ Y si es verdad, qué pasa? Te tienes a ti, y tienes que seguir buscando personas vitamina. ¡Ay, qué difícil es pasar del círculo vicioso al virtuoso. Pero hay que ir empezando. Darse cuenta para luego hacerse cargo. De una misma y de lo que quiero.
Gracias infinitas Sol.
Leo esto mientras espero al bus para ir a mi penúltima clase de PNL. Hace poco más de un año decidí que el miedo no me paralizaría más, que era mucho más importante mi felicidad, mi disfrute y la coherencia con mis valores que el miedo a fracasar. Llevo un año estudiando inglés, programación neurolingüística, coaching y ahora también terapia asistida con animales. Soy feliz, me lo estoy gozando de lo lindo, por el camino de paso me he hecho experta en sostener la incertidumbre y también yo misma he desmontado alguna que otra de mis viejas creencias. Gracias Sol, como siempre inspiración a raudales