Durante el confinamiento hacía la broma de que me estaba convirtiendo en la Reina Isabel de Inglaterra (que en paz descanse). Me compré un juego de té blanco con el filo plateado, un camisón blanco y una bata blanca, con bordados y mangas anchas, todo monísimo y muy Downton Abbey. Nada que ver con mis camisetas habituales de dormir de 1985. El caso es que le cogí el gusto a lo de levantarme con elegancia, echar el té en mi tetera deliciosa y montarme un desayuno de hotel en mi plato a juego con mi tetera, mi taza, mi lechera, mi salero y mi huevera. Ay, si me viera mi madre, que sigue guardando el juego bueno de café para las grandes ocasiones (y que llevan la pegatina de la tienda, cincuenta años después).
Dos años y medio más tarde (madrededios, como pasa el tiempo) he dado de lado a la bata, porque metía las mangas enormes en todo lo que encontraba, en la tetera, en las macetas al regarlas, en el plato. Un desastre. Pero mi amor por el desayuno hotelero en vajilla divina sigue ahí y va en aumento. De hecho, cada vez pienso más en mis desayunos.
Sol, nena, no tendrás otras cosas en las que pensar.
Las tengo, y cuando no las tengo, me las invento. Pero es que el desayuno no es solo el desayuno. Ese momento de tranquilidad matutina es un ritual que define cómo empiezas el día. Y la vida, no nos olvidemos, no es más que la suma de cada uno de nuestros días, de cada una de nuestras mañanas.
El desayuno evidencia lo que crees merecer: lo rico, lo sano, el tiempo que te regalas porque sí, porque hoy es hoy, porque si eres más guapa revientas.
El desayuno es decisión, porque no es lo mismo tomar cada mañana las mismas tostadas con cualquier mantequilla y con cualquier mermelada sin plantearte si te apetece otra cosa, que pensando que cada día te echarás al pico algo diferente que te encante: un banana bread sin azúcar, unas tortitas hechas con avena, una buena granola casera, unos huevos revueltos divinos con un pan de centeno riquísimo, un yogur griego con fruta y nueces, una tostada con queso crema y salmón ahumado o con jamón ibérico del bueno buenísimo. Podría seguir hasta el infinito y más allá. Salivando estoy.
El rato que pasas preguntándote, comprando y planeando tu desayuno glorioso ponen de manifiesto dos asuntos básicos en lo importante de la vida, que no es más que hacer todo lo posible para que te pase lo que quieres que te pase. Hablo de la atención y hablo de la intención. De huir de la inercia, de la rueda de hámster, de desayunar lo mismo eternamente porque no me hago caso; porque en mi casa se desayunó toda la vida lo mismo y nadie se murió (hay que joderse, la de daño que ha hecho el amor a la simple supervivencia), porque no me planteo a cada minuto cómo mejorar mi existencia.
Y sí, la mejoría de la existencia puede empezar, por qué no, con una tostada de pan y nueces untada con tahíni y cubierta con rodajas de plátano, canela y sirope de agave. Con ese momento en el que sentencias que, a partir de ya, te vas a tratar como la Reina que eres, y que tu desayuno de mañana (si no te he pillado a tiempo para el de hoy) te hará aplaudir de la felicidad.
Sol, entiendo y comparto tu reflexión. Crear ambientes agradables y serenos, donde el orden, la limpieza y la belleza habitan inspira.
Me he criado en una familia donde nada había al azar. Mi madre concedía importancia al fondo sin renunciar jamás a la forma. Siempre había flores frescas en la entrada, le gustaba que la recibiera su aroma al llegar del colegio. Desde muy pequeñas, de la mano de mamá, y es literal, aprendimos con naturalidad el valor de rodearnos de belleza, combinar colores, formas y texturas. La mañana de innumerables sábados visitábamos una hermosa tienda con una cuidada selección de vajillas, cristalerías, porcelanas y mantelerías. Nos recuerdo moviéndonos, casi etéreas, entre los expositores de aquellas maravillas bajo la mirada atenta de Josefina, la refinada dueña de la tienda. Las niñas jamás tocamos nada, porque para acompañar a mamá ese era el requisito. Después una parada obligada en Flores Garden para elegir la combinación de flores que nos darían la bienvenida a casa.
Mi padre, mucho más austero, pero sensible a la necesidad vital de su esposa de expresar su creatividad jamás protestó por encontrar, a su llegada del trabajo, los muebles cambiados de sitio, unas veces para acoger sin estridencias una pieza nueva de mobiliario, un nuevo adorno, complementos o simplemente para situar el caballete con un nuevo lienzo, al que papá iría haciendo la crítica artística cada día hasta que, ella tomando en consideración sus siempre sabias sugerencias, lo daba por finalizado.
Entonces no apreciaba conscientemente lo que iba a ser mi legado, hoy veo su verdadera dimensión “el gusto por una vida bella”, que se traduce en una vida serena.
Los #desayunosdehotelencasa me cambiaron los días en el confinamiento. El ritual que nos enseñabas con el juego de té bonito y hasta el camisón y la bata, me inspiraron a imitarte.. dos años y medio después sigo manteniéndolos, y siguen cambiándome la energía del día. Gracias, gracias por esto también ☺️