Un amigo me contaba esta semana que había sufrido un cortocircuito cerebral. Salió a la calle a hacer unos recados y, a medio camino, se desorientó. No sabía dónde estaba. Sí sabía a dónde iba, pero en su cabeza se enredaban la realidad y la fantasía, y no reconocía dónde acababa una y dónde empezaba la otra. Respiró, movió las extremidades. Vale, estoy vivo y no parece un ictus ni nada muy grave. Volvió a casa con dolor de cabeza y nauseas, se fue calmando. El cansancio y el malestar duraron algún día más. El susto también.
El médico lo ve la semana próxima, una espera que me mosquearía de no ser porque mi amigo algo sabe de cerebros y no parece preocupado. Habló con el doctor por teléfono y le comentó que parecía una sobrecarga (vale, seguramente el médico no lo contó así, pero es lo que yo he entendido) Tengo demasiadas cosas en el plato, Sol.
Y, claro, no pude evitar, cuando me lo aclaró, pensar en mis cosas, en mi plato y en mi cerebro. Los hijos con sus extraescolares, sus escolares, sus adolescencias, sus lavadoras, sus comidas, sus demandas, sus necesidades. El resto de mi famila, con sus asuntos. Mi trabajo, con su pódcast, sus formaciones, sus libros, sus burocracias, sus facturas que vienen y que van, sus estudios, sus listas de tareas interminables, que menos mal que enseño gestión del tiempo porque si no me da un parraque, o un cortocircuito. Y mis deseos, mis sueños, mis retos, mis metas, mis viajes y mis ilusiones a los que me niego a renunciar.
Lo mío, más que un plato, parece la marmita de Obélix.
Lectora, probablemente estás pensando Joder, y lo mío. No vamos a repetir aquí todo el rollo de la carga mental, que para eso está Instagram.
O quizás no, ojalá en tu plato esté la medida justa de todas las cosas, que es a lo que yo aspiro y en lo que trabajo cada día de mi vida. Y cuando hablo de medida justa, no me refiero a un vacío cerebral absoluto; porque claro, tenemos el extremo opuesto, el de los cocos que, en lugar de sobrecargados, están atrofiados por la ausencia de estímulo, de reflexión, de entrenamiento, de acción, de evolución, de cambio. Ay, qué miedo.
No nos enseñaron a reconocer las señales del sobrepeso mental y tampoco las del raquitismo, ni cómo lograr el difícil equilibrio. Todas somos autodidactas en esto de sustituir la supervivencia por la vida.
Con tal de avanzar hacia la armonía total, he creado una lista de lo que hay en mi plato combinado. Al lado de lo urgente he escrito una U en rosa, para hacerlo más masticable; a lo que puede esperar a mañana o pasado le he asignado una V azul clarito, de “Venga, va”, y a lo que da igual si es la semana que viene lo he acompañado con una N de Noviembre.
Todo ordenado y con colorinchis es menos pesado, más asumible. Mucho más mono.
Luego he procedido a apuntar, al lado de cada elemento, la razón por la que hago todo eso que hago y que ahora parece un arco iris, porque si no hay respuesta, ni V, ni U, ni N. A la B, de basura. Y, para terminar con el aligeramiento vital, me he preguntado ante cada U cuál era la manera más sencilla de hacerlo o si se podía delegar. O si alguien se muere si un día no hay fruta en casa, o si una semana no recibís estos tres minutos, o si no hay directo, o si el libro, en lugar de en febrero, sale en abril. Y va a ser que no. Qué alivio, parece que hoy tampoco cortocircuito.
Me encanto. No quiero sonar catastrófica, pero los golpes de la vida me han enseñado a hacer criba vital y tener muy claro en que historias me meto y cuales no. Creo que es importante ser un poquito "antisistema" y lo digo porque hay tanta demanda externa tan tan externa que sin embargo la sentimos como prioridad absoluta. No amigas, las prioridades las ponemos nosotras. No nos enredemos en movidas que nos hacen ir con la lengua afuera solo porque "hay que hacerlo".
Maravilla, Sol. Guía práctica para descortocircuitar♥️