Cuántas veces me contáis en redes y en mis formaciones que el perfeccionismo extremo es el mayor impedimento a la hora de arrancar un proyecto o, simplemente, de disfrutar el que ya tenéis entre manos, sea en el ámbito que sea. Si te pregunto cómo sería esa acción perfecta, ese producto o servicio perfecto no sabrías contestarme. Normal, porque lo que buscas no existe. Podemos afirmar, entonces, que uno de los mayores obstáculos que existen entre la vida que tenemos y la vida que queremos es uno que no sabemos ni cómo es ni de qué está hecho porque jamás lo hemos visto. Hay que joderse.
Por si te sirve de algo, te diré que durante casi toda mi vida yo he sido esa perfeccionista infernal. Lloré cuando saqué mi primer notable en matemáticas, a partir de ahí te puedes imaginar el resto. Un cuadro tremendo.
Y por si te ayuda, todo cambió cuando interioricé que, si quería reinventarme, evolucionar, crecer, diseñar una vida a mi medida tendría que atravesar mi miedo a la imperfección. Si pretendía ser feliz no me quedaban más narices que rebozarme en la imperfección ilimitada.
La imperfección de un primer libro, y un segundo y un tercero y un cuarto en los que cambiaría decenas de páginas ahora mismo. La imperfección de una primera plataforma de formación de lo más básica, porque no nos podíamos permitir otra en aquel momento. La imperfección de una primera formación presencial a la que asistieron seis personas ante las que me moría del acongoje y luego la de mogollón de formaciones que han comprado miles de personas y que fueron grabadas con el móvil en pleno confinamiento. La imperfección de no sé cuántas charlas para empresas cuyos nombres me provocan temblor de piernas. La imperfección de un primer podcast y ahora la de un segundo en solitario grabado con poco tiempo y muchas dudas. La imperfección de tantas entrevistas en las que olvido contestar lo que me parece más importante. La imperfección de mi contenido en Instagram. La imperfección de cada uno de estos #TresMinutos.
¿Cómo conseguirlo? Estarás pensando ¿Cómo convertirme en una de esas saltadoras de obstáculos que va lanzada a la meta sin importar lo que se le ponga por delante? Lo primero, poniéndole al perfeccionismo el nombre correcto: MIEDO. Miedo a fallar, al fracaso. Miedo, en el fondo, a no ser suficiente, a no ser válida. Porque hemos aprendido que nuestra valía depende de lo que hacemos, no de lo que somos (manda narices), y además mis acciones deben de ser puntuadas por otros que no son yo y que la mayoría de veces no sabemos ni quiénes son, ni si su criterio es válido. Miedo al qué dirán, claro. Qué dirán mis compañeros, mis amigos, mi familia, el mundo entero. Como si la vida que transito fuera suya, como si le tuviera que dar explicaciones sobre cómo vivirla a alguien que no soy yo misma. Como si fuera eterna.
Ahora que ya le hemos quitado la cáscara al perfeccionismo para descubrir el miedo que hay debajo, sería bueno analizar de dónde sale, quién te lo transmitió. Y preguntarte si estás dispuesta a seguir agachadita, caminando de puntillas, sin hacer mucho ruido. Si vas a dejar que el miedo se salga con la suya o si decides ganar tú. Es una decisión, no te equivoques. Y es tuya.
La fórmula mágica, como tantas veces, consiste en practicar. En obcecarte con llenar tus días de acciones imperfectas, tantas que acabes pillándoles el gustillo. Tantas que no entiendas otra manera de funcionar. Tantas que te tatúen en el alma el mantra “Mejor hecho que perfecto”. Tantas que lo imperfecto se convierta en un hábito y que te corones como la reina de la imperfección suprema. Solo así conseguirás que la imperfección te lleve a la excelencia.
Eres la leche!
Cuánta razón tienes... a ver si me lo tatúo también...❤️✨
Ayer iba escuchando tu último podcast mientras conducía con mis dos hijos hasta la casa de mis padres, en un pueblo muy pequeñito de Galicia. Acabé de escucharte justo al llegar. Me encantó, como siempre, por cierto.
El caso es que, para aparcar aquí, hay que hacer muchísima maniobra y de noche, pues mucho peor. La otra opción es aparcar un poquito lejos de casa, mucho más fácil, pero al ser de noche me da miedo volver sola andando... Me paré un momento a pensar en medio de la super maniobra de aparcamiento y me dije lo que te he oído a ti en algún podcast: TENGO QUE HACER ALGO QUE ME VA A COSTAR, PERO QUE MI YO DE MAÑANA ME LO VA A AGRADECER.
No es que aparcar aquí al lado sea malo, es ese miedo por el que lo hago el que es malo. Así que lo hice, me fui con el coche y volví caminando. DEJÉ MI ZONA DE CONFORT. Es una pequeña tontería, pero para mí significó mucho...
Gracias Sol, porque tú me ayudas a elevarme y expandirme 💥
No hay sitio para el aprendizaje si todo es perfecto. La imperfección es lo que nos ayuda a seguir aprendiendo y superándonos a nosotras mismas