Empiezo a escribir estos tres minutos a las once de la noche del 11 de marzo, en mi habitación, tras una jornada que todavía no he sido capaz de digerir: ciento treinta personas han acudido a mi nueva formación en Madrid. Ciento treinta. 130. Da igual las veces que lo repita y cómo lo escriba, no me lo creo. A ver si mañana lo consigo.
En el camino que va del Hotel InterContinental, el maravilloso escenario de mi taller, hasta mi casa ha empezado a sonar en mi cabeza la melodía de “Do you really want me back?” de Broken English, y así ha seguido la cosa hasta que, hace un rato, mis hijos se han ido a la cama, momento en el que la he buscado en YouTube (me ha parecido demasiado antigua como para que estuviera en Spotify, qué tontería) y la he respirado con calma.
Tengo una relación muy extraña con esa canción. Solo recuerdo haberla escuchado una vez en mi vida, en una discoteca de Pineda de Mar, a mis veinte años. Era muy tarde, o muy temprano, según se mire, porque aunque dentro de aquel antro reinaba la oscuridad, sé que en el exterior brillaba la solana. Yo llevaba un vestido ajustado negro y unos zapatos de tacón imposible, tanto que acabé sentada en el mármol que contenía los lavamanos de la disco, con los pies dentro del agua helada muerta de dolor de pinreles. Antes muerta que sencilla.
Vaya tía rara que soy, que recuerda detalles ínfimos de una noche de los 90, pero es incapaz de retener nombres y caras que visito a diario. El caso es que no volví a escuchar esa canción nunca más, o eso creo, pero periódicamente vuelve a mí y me regala un hostión de nostalgia tan repugnante como maravillosa. ¿Pero, por qué hoy? ¿Qué extraño proceso mental ha conectado una formación llamada “Claves para diseñar una vida en la que te quieras quedar” con la canción de marras, con los tacones, con el agua helada sobre mis pies machacados, con mis veinte años?
He seguido escuchándola, a ver si entre sus notas se colaba la respuesta.
Y como cuando una está atenta, la vida te muestra sus razones, he llegado a la solución del enigma.
Tengo la manía, cuando recuerdo algo de mi juventud, de calcular cuánto tiempo ha pasado desde entonces y hacer la suma hacia adelante. Es decir: han pasado unos treinta años desde aquella noche en la disco del Maresme. Dentro de treinta años tendré ochenta. Hostias, que tengo la muerte en los talones, miedito. Haz algo, Sol, que te queda nada y menos. Diviértete, crea impacto, VIVE.
Mientas terminaba con mis cálculos y mis diatribas y mis prisas por hacer algo que valga la pena, he vuelto al presente, a esa sala repleta de mujeres sentadas con otras mujeres que reían, que charlaban cómplices sin conocerse, que llegaban desde toda España y parte del extranjero para pasarlo bien, para crecer, para avanzar. Que aplaudían, que lloraban conmigo un poco también, emocionadas perdidas. Yo era solo la excusa, sus ganas eran la verdadera razón. Todas juntas hemos sido parte de algo más grande que nosotras, no es que sumemos, es que multiplicamos hasta el infinito.
Y sumida entre los acordes de los Broken English todavía, sentada en la cama de mi Yo de cincuenta recién cumplidos, le he contado a mi Yo de ochenta que no sufra, que hoy lo hemos conseguido; que este sábado 11 de marzo de 2023 ha valido la pena porque me he divertido, he creado impacto y se me está saliendo la vida por las orejas; que cuando la visite en el 2053 recordaremos juntas la sala del InterContinental con la misma nitidez con la que visito asiduamente la disco de Pineda, mis tacones y a los Broken English. Porque la vida se encarga de escribirnos en el alma los momentos felices, y de nosotras depende leerlos de vez en cuando o dejarlos en el olvido.
¡Qué emoción transmites, Sol! Yo estuve celebrando los 50 de mi cuñada en Madrid ese mismo día. En medio de una mudanza hicimos 300 km para ir a celebrarlo con ella y acabamos cerrando la sala, bailando como posesas. Ella no lo olvidará: disfrutó como una enana, pero es que yo tampoco. Cada vez me gusta más ver disfrutar a los que quiero y, si puedo, disfrutar yo con ellos. Y, curiosamente, me pasa también contigo y con otras mujeres extraordinarias a las que no conozco personalmente pero a las que os veo brillar. Reflejáis una luz muy poderosa que nos alegra la vida a todas, indicándonos el camino a seguir. ¡Feliz vida, Sol!
¡Qué gustazo leerte, querida! ¡Qué gustazo impregnarme de tus ganas!¡Y qué gustazo aportar en la vida de mujeres para que sigan inventándose SU VIDA, que es lo que tú bien haces!