De pequeña no me gustaban la nata montada, ni los tirantes gruesos, ni el pescado que no fuera el gallo, ni la ropa de cuadros. Aún recuerdo con terror un vestido rosa, con nido de abeja, que tampoco era mi pasión, y unas líneas marrones que dibujaban cuadros por tooooooooda la falda. Estaba convencida de que la lengua de los perros estaba hecha de jamón york, o que llevaban siempre jamón york en la boca, o algo así. Mi tío me contó que si plantabas una rata muerta, crecía un ciprés y yo me lo creí. Era una niña muy crédula. También era una niña muy tiquismiquis: que nadie bebiera de mi vaso o sorbiera de mi pajita, que vomitaba. Me portaba muy bien en clase, no me movía si no había que moverse, lo del deporte me atormentaba tanto como los cuadros, supongo que por eso tendía a la rechonchez, pero solo hasta que “hice el cambio” (qué expresión tan de peli almodovariana). Dicen que era tímida, yo no lo recuerdo, y me salían placas de pus en la garganta a menudo. Recuerdo las visitas del practicante a casa, el dolor de la penicilina en el trasero. Leía muchísimo, quizás porque era hija única y por la timidez, yo que sé. Leí “Cumbres borrascosas” a los nueve años y me flipaba Bécquer, por eso le puse su apellido a mi cocodrilo de peluche. Las placas de pus y la lectura son lo único que tienen en común la Sol niña y la Sol adulta.
Cuentan que la garganta refleja todo lo que no decimos. Pues me encaja, la verdad. Menos mal que a la Sol adulta un otorrino antipático a más no poder le recetó un espray mágico que evita la amoxicilina y unas gárgaras con sal y bicarbonato que son mano de santo y que no entiendo cómo nadie, en cuarenta y ocho años de anginas (vi al otorrino mágico hace dos) me había recomendado.
Siempre he dicho que quien me ha conocido de adulta, jamás se imaginaría a la niña que fui. Curiosamente, las que me conocen desde siempre, esas Amigas del Cole (en mayúscula y como ente compacto) de las que tanto hablo y escribo, no parecen sorprenderse al contemplar esto en lo que me he convertido. Me recuerdan rasgos de mí misma que he olvidado, o que siguen presentes sin que yo sea consciente.
Mis amigas del cole y yo no podemos ser más diferentes. La mayoría siguen viviendo en el pueblo de la Costa Brava en el que crecimos, algunas se casaron con su primer novio, sus contextos no han variado demasiado en los últimos treinta años, esos en los que yo he vivido en varias ciudades, recorrido unos cuantos países, tenido unos cuantos rolletes que nunca se han llamado novio; en los que me reinventado a nivel laboral y, sobre todo, emocional. Y sigo curioseando, cuestionándome, haciendo inventario. Preguntándome, cada mañana si hoy elijo lo que estoy viviendo o quiero darle otra vuelta al timón.
Cualquiera, leyendo esto, podría pensar que, en los encuentros con mis Amigas del Cole no hay química, o conexión, o puntos en común sobre los que hilvanar charlas. Error: con poca gente me siento tan cómoda, tan querida, tan risueña como con esa panda con la que compartí uniforme, pupitres y confidencias durante los primeros años de mi existencia. Con ellas no son necesarias las presentaciones, las explicaciones, las contextualizaciones. Vamos directas al fondo, qué más da la forma. Vemos lo que hay, lo que hubo, contemplamos inconscientemente el cuadro completo. El dron volando alto a más no poder. La distancia que dan más de cuarenta años de vivencias, que son diferentes, que son diametralmente opuestas, pero que forman parte de lo que somos y de lo que adoramos. Para mí quisiera yo su tranquilidad. No sé si a ellas les gustaría mi peonza vital.
A veces me pregunto cuál es la de verdad, aquella tímida y rechoncheta y crédula e inmóvil, o esta, cuyos pantalones favoritos están llenos de cuadros y que comparte cucharilla sin remilgos. Quizás los años me hayan arrancado capas, o puede que me las hayan añadido. O ni lo uno ni lo otro y solo somos fruto de la evolución. O puede que persiga vivir muchas vidas y que la forma más fácil de lograrlo sea mutar en la medida de lo posible.
Gracias por hacerme pensar en la niña que fui. Tenemos algunas cualidades en común y en otras, por supuesto que no. Gracias porque me has inspirado en escribir ✍️ para recordar y dar las gracias a esa niña que fui 🥰💪🏻
Nunca me he sentido tan indentificada con la niña que describes, como con la niña que un día fuí, y que a pesar de los años vividos con sus inevitables transformaciones, aún siento trocitos dispersos en lo más profundo de mi ser. Siempre es un placer leerte. Gracias.