Me encanta asistir a eventos culturales a deshoras, es decir, no un sábado por la tarde, sino un lunes a mediodía, por ejemplo. En plan rebelde y reivindicativo: ser autónoma a veces es dificilísimo y, a veces, te permite estos lujos. Eso hice esta semana, me fui con dos amigos a ver la magnífica exposición de Sorolla en el Palacio Real. No voy a destripar lo que vimos, por si tienes la oportunidad de visitarla, pero sí te adelanto que la parte final es una experiencia de realidad virtual alucinante.
Nunca me había plantado una de esas gafas que te trasladan a otros mundos y otras dimensiones, qué divertido. En los primeros momentos, casi pierdo el equilibrio, mis paredes de mentirijillas daban vueltas el suelo se movía, multitud de objetos volaban a mi alrededor, yo me agachaba por si me arreaban. El lugar de mis amigos lo habían ocupado unas formas verdes, un tanto alienígenas. Poco a poco, le pillé el tranquillo a mi nuevo planeta y empecé a caminar por él de lo más suelta, dibujando con mis manos rayos en el aire y con la seguridad de que ningún cacharro volador me iba a dar en los morros.
Como la coach que hay en mí no se toma un rato libre ni contemplando a Sorolla, no pude evitar pensar en la similitud entre ese espacio de ficción y las películas mentales que nos montamos los humanos. En cómo, todo eso que no es real provoca que el suelo tiemble bajo nuestros pies, que vivamos acojonados por eventos que ni existen ni existirán. La niebla mental impidiendo que miremos y escuchemos a los que nos rodean, porque estoy tan metida en mi sarao que no hay conversación, solo monólogo mental y caótico.
Recordé, entre paisajes y mujeres con sombrero, a aquella coachee mía que no se atrevía a trabajar en el extranjero por si sus padres no podían soportarlo; a la otra que no estudiaría maquillaje porque, literalmente, su padre acabaría en la tumba del disgusto; a aquella chica, lista y válida como ella sola, que temía acabar bajo un puente si abandonaba un trabajo que la enfermaba. A todas las que, en algún momento, hemos visto fantasmas donde no los hay.
Encima, como en la vida no pagamos una entrada que inevitablemente incluye una salida, no le vemos fin a ese espacio fantasioso que nos hemos montado, así que podemos prorrogarlo por los siglos de los siglos si no nos da por cuestionarnos y empezar a tirar de unos cuantos hilos. Del hilo de cuántos miedos he heredado sin que yo haya visto al monstruo por ningún lado; del hilo de que esas, llámales paredes, llámales limitaciones quizás son imaginarias, y quizás haya mucho mundo tras ellas; del hilo de que no me creo capaz de quitarme mis gafas de ver la vida y verme a mí misma, tan llenas de mierda, para desarrollar el potencial inmenso de mis habilidades y mi creatividad. Del hilo de habitar una realidad que otros que ni conozco inventaron no sé cuándo ni para qué.
Del hilo de hacerme las preguntas adecuadas, unas que me entreguen todo el poder, para decidir si me quedo en la pantalla de otro o me libero para escribir una historia en la que las decisiones sean mías, el diseño sea mío y la protagonista sea yo.
P.D. La semana pasada hubo doblete de podcast, el episodio habitual del viernes trató sobre la importancia de aprender a hablarnos bien para construirnos en lugar de aplastarnos (aquí lo tienes) y en el del lunes compartí herramientas prácticas para crear y mantener un entorno nutritivo y estupendo. Puedes escucharlo aquí. Ya sabes que me encanta que compartas mis textos y mi podcast con tus amigas de Whatsapp, tus amigas de Instagram y tus amigas de la vida. Mil gracias
Maravilloso recordatorio 💖
🙌🏻❤️