Iba a empezar este artículo escribiendo “Nos pasamos la vida preguntándonos qué tenemos que hacer para avanzar”, pero no es verdad. Ni siquiera nos lo preguntamos: hacemos y hacemos, sin preguntarnos. Agotándonos sin medida en una rueda de hámster, o tras una zanahoria sin que nos gusten las zanahorias.
Llevamos grabado en el inconsciente que si no hago, no valgo; que si no me dejo la piel, no me darán el premio. No nos preguntamos cuál es el premio ni qué significa exactamente ese valor que nos aporta la actividad sin límite. Movimiento constante en el cuerpo, porque quién se va a ocupar si no me ocupo yo, y movimiento constante en el coco porque nadie me ha contado que puedo detener el centrifugado mental a mi voluntad si me convenzo de que es posible.
Quizás en algún momento, por arte de magia, me detenga y piense y decida que quiero otra cosa, que hay otra manera de vivir, que paso de la zanahoria. Pero, hostias, que los cambios precisan de energía, de probar algo diferente y nuevo, así que tendré que aprenderlo y yo es que no tengo ni espacio, ni tiempo, ni fuerza para eso. Mejor me quedo cómo y dónde estoy, que es lo conocido, aunque lo conocido me joda viva.
Podría escribir aquí que esta es una opción tan válida como cualquier otra, pero es que no lo es, porque optar es sinónimo de elegir y uno no elige cuando no está comparando todas las alternativas posibles. En esta ecuación que oscila entre la inmovilidad absoluta y el esfuerzo devastador se nos olvida que quizás el cambio no tiene que ver con añadir, con sumar, con aumentar sino con todo lo contrario, con restar peso. Soltar lastre para elevarnos, así de simple, que no fácil.
Deshacernos de responsabilidades ajenas, de pensamientos destructivos, de hábitos malignos, de compañías cargantes, de culpas heredadas, de creencias heredadas, de mierdas heredadas, de opiniones ajenas, de mochilas del pasado. De todo lo que me sobra. De todo lo que me pesa. De todo lo que me encoge.
Probar a ver qué pasa si cierro los ojos y los oídos y no me ocupo, y qué pasa si no se ocupa nadie. Y a ver qué premio pierdo si no arrastro y no cargo. A ver qué pasa si me cuento que valgo porque sí; si dejo esperar ese aplauso que, ahora que lo pienso, nunca ha llegado y, ahora que lo pienso, me importa un huevo, porque me puedo aplaudir yo. Un poco como Miley Cyrus, que se compra ella las flores y se da ella la mano y habla con ella misma.
Puede que liberarme me regale la perspectiva suficiente como para seguir soltando todo lo que no es mío y convertirme, por fin, en la persona que realmente soy. Probemos, querida, porque quizás la vida no consista en empujar piedras cuesta arriba, sino en llenarnos de aire con tal de volar.
Estoy agotada de subir piedras cuesta arriba, y sin aplauso. El cambio debe venir de dentro. Totalmente de acuerdo contigo. Gracias Sol. 👌💗
Me encanta. Qué fácil parece y cómo cuesta. Quizás nos veamos una montaña y solo con probar, con quitar algo de lastre poco a poco, notamos que hay una gran diferencia.
Un psicólogo me dijo una vez (resumiendo mucho): pregúntate qué pasa si no lo haces. Y desde entonces me lo pregunto y normalmente no pasa nada malo.
Vamos cargadas, como dices, con piedras que no son nuestras. Lo importante es detectarlas, estar abiertas a esa posibilidad. Y letras como las tuyas nos despiertan y nos hacen ser conscientes de que quizás otra realidad es posible.
Muchas gracias!!!