El otro día vi en Instagram la publicación de una amiga en la que mencionaba 10 curiosidades sobre ella. Un rollo de esos en los que tú nominas a otras tres amigas y ellas tienen que hacer lo mismo. Nadie me ha nominado, pero como soy yo de reflexionar mucho, me planteé al verlo cuáles serían mis curiosidades, o quizás deba denominarlas rarezas, por aquello de no ser políticamente correcta y llamar a las cosas por su nombre. O no. Porque se supone que lo raro es lo no normal, y se supone que lo normal es lo correcto, porque lo hace la mayoría. Y a estas alturas, querida suscriptora, no te voy a contar lo que opino sobre lo normal, la mayoría y los rebaños en general.
Y recordé la cantidad de veces en las que publico en mis redes opiniones sobre la maternidad, o cuento que no me gusta que se haga de noche tan tarde, que lo del verano no me atrae lo más mínimo. Recordé, también, que sois cientos las que me contáis que os sentís igual. Curioso, porque siempre destacan las opiniones contrarias: la maternidad es un campo de amapolas, qué bien que el día alargue, el verano es lo mejor de la galaxia y lo esperamos TODOS como el gustazo inmenso que es.
Mi conclusión es que quizás, a veces, algunas necesitamos saber que hay otras como nosotras para atrevernos a levantar la mano y espetar un sonoro “Yo también” o “Yo tampoco” y, lo más importante, sentir que eso de la normalidad y de lo que hace u opina la mayoría es una realidad a la que no le hemos de hacer ni puñetero caso, porque entonces dejamos de hacernos caso a nosotras y eso es feo. Eso es fatal. Eso te roba la autenticidad y auténticas es todo lo que deberíamos ser.
Así que voy a dejar por aquí mis rarezas, mis peculiaridades, mis curiosidades, por si alguna, al leerlas, se siente acompañada, empoderada, segura. Por si ayuda a que la manada nos dé igual y solo les prestemos atención a los que respetan incluso sin entendernos.
Soy abstemia, no me he bebido una copa de vino en la vida, no por cuestiones de salud, ni mucho menos, es que no soporto el sabor del alcohol. De ningún alcohol. Para incrementar el nivel de rareza, he trabajado más de veinte años en asuntos de ocio nocturno. Pero es que de noche tampoco me gusta el sabor del alcohol y yo no me zampo nada que no me guste.
Tampoco me he bebido nunca un café, me encanta el olor, pero no soporto el sabor. Una pena, porque si supiera como huele, tomármelo sería algo maravilloso.
Solo me he bebido dos Coca Colas en mi vida, en una boda a la que fui de empalmada, por si me despertaban. No me sirvieron de nada, bueno sí, para confirmar que no me gustan nada.
Hasta aquí las rarezas con las bebidas.
No soporto las plantas de plástico, me dan tanta grima que me siento de espaldas a ellas, que las quito de la mesa. Creo que una planta de plástico me atacó en otra vida, porque, si no, no lo entiendo.
Para dormir necesito que haya oscuridad total, ponerme tapones, dos almohadas colocadas en forma de T y llevar el pelo recogido. Rizando el rizo de las necesidades dormitivas, si se me suelta la coleta en medio de la noche, me despierto. Eso sí, si se dan todas estas condiciones, duermo como un lirón.
Ah, y no puedo dormir con nadie. No porque se mueva, no porque ronque. No soy capaz de dormir con un ser vivo al lado.
No bebo jamás bebidas muy frías, agua del tiempo incluso en verano. Tampoco muchas comidas calientes. La tortilla, la merluza, las croquetas, por favor, del tiempo también.
Me fascinan los tíos con los párpados muy carnosos, como Taylor Kinney, que parece que le hayan arreado dos hostias. Paul Adelstein es otro con unos filetes oculares tremendos. Yo no entiendo a la gente que se opera esa maravilla.
Leo rapidísimo, desde pequeña. Algo tremendo. Muy útil, por un lado; muy caro, por otro.
Confundo, sin remedio, las calles Espíritu Santo y Divino Pastor. También Ponzano y Zurbano. Y vivo cerquísima de todas. Disfunción mental total.
Me dan pánico los viaductos. Lo paso fatal conduciendo por encima, pero lo hago. Y sufro. Mucho.
Uno de mis platos favoritos son las acelgas hervidas con patatas. Sin rehogar, sin especias, solo aceite y sal. Me flipan. Puedo comerme tres platos seguidos.
Odio ir de compras. Profundamente.
No quedo para cenar. Me sienta fatal, luego no duermo. E implica acostarme tarde y resulta que luego me despierto temprano igual y estoy agotada todo el día. Hago excepciones en las cenas con las amigas del cole, porque son escasísimas y porque, como son en la Costa Brava y allí no tengo hijos, al día siguiente puedo arrastrarme y no hacer nada más. Si me quieres, desayunemos a lo grande y seamos felices.
Aplaudo todas tus «rarezas», algunas compartidas. Podrías hacer segunda parte de esto, o un «Seis minutos», que alguna más hay. Y por todas ellas te queremos.
Coincido en lo de dormir sola y eso que estoy felizmente casada, cuando digo que dormimos en habitaciones separadas porque no soporto ruidos y ronquidos me miran como "ufff se avecina divorcio".