La semana pasada compartí un #TéConSol, es decir, un directo de Instagram, con mi querida Vanesa Travieso. Ella es organizadora profesional formada con Marie Kondo desde que decidió reinventarse y dejar su trabajo como ejecutiva en una multinacional. Decidimos charlar sobre los famosos “Por si acaso”, o sea, sobre todos esos trastos que no tiramos porque creemos que podemos necesitar más adelante, aunque no haya sido el caso en los últimos cinco años. Vanesa, que sabe mucho, afirmó que ese “Por si acaso” no es más que miedo. Nunca se me habría ocurrido tal explicación ante el almacenamiento de cachivaches, la verdad. Y tiene todo el sentido.
Increíblemente, le tenemos miedo a la incertidumbre que nos provoca el vivir sin algo que no nos sirve absolutamente para nada. Que nos estorba, que nos desordena, que nos abruma.
Y es que los humanos tenemos una capacidad extraordinaria para simular que ignoramos lo que en realidad sabemos. Porque sabemos que no nos vamos a volver a poner esa chaqueta, que no vamos a usar ese bolso horripilante que nos regaló nuestra suegra, que no vamos a cocinar las recetas del libro que nos regaló nuestra madre en un intento inútil de que pasemos tiempo ante los fogones. Confieso: esa soy yo. Y confieso: tres días después de llegar a mis manos pasó a las de mi amiga Amelia, que sí disfruta dándole a las cacerolas.
Me dio por pensar en todo eso de lo que no nos deshacemos aunque ya no nos sirva y que no son utensilios: un trabajo que se nos ha quedado pequeño, o grande, o que nos pica cada vez que lo usamos; unas amistades que me aprietan en la cintura y en el alma; unos hábitos que me joden la vida entera, porque no me muevo ni a la de tres, porque zampo lo primero que pillo; una pareja con la que convivo porque hace veinte años tomé una decisión y por mucho que me hastíe, me escueza y me encoja, ahí sigo, por si acaso.
Por si acaso no me contratan en ningún otro sitio, por si acaso me arruino emprendiendo, por si acaso nadie más quiere quererme, por si acaso el mutar la piel para convertirme en otra cosa más grande y más brillante supone un precio que no estoy dispuesta a pagar, por si acaso no encuentro amigos con los que sí me sienta como en casa.
Y voy cargando con lo inútil sin dejar espacio para lo útil, que no es más que todo eso que me hace feliz. El posible vacío se nos antoja mucho más terrorífico que un hueco con infinitas posibilidades.
Vanesa decía en el directo que todo empieza en casa, y es que nuestro nido no es más que el reflejo que cómo vivimos, que no siempre es cómo queremos vivir. Caos u orden. Espacio o ahogo. Belleza o descuido. Presencia o evasión. Hogar o casa.
No parece que corramos gran peligro si probamos a implementar el hábito de sacar de nuestras estancias todo eso que nos molesta. Porque, ojo, lo que sobra molesta aunque no seamos conscientes de ello. Lo comprobamos cuando nos da por ordenar el armario, esa estantería infame llena de Paranadas, el cajón de los calcetines. Qué a gustito me he quedado, filo con la de porquería que había acumulado sin darme cuenta.
Quizás, si nos acostumbramos a desapegarnos de las mierdecillas hogareñas fáciles, si nos damos la oportunidad de contemplar el vacío y disfrutarlo, podamos pasar luego al siguiente nivel, a enfrentar el miedo de despedirnos de todo eso cuya presencia supone un obstáculo a nuestra libertad y nuestro crecimiento, ya sean personas, costumbres o una manera de estar en el mundo.
Ese fue mi aprendizaje de 2022, hacer hueco a lo que sea un sí por supuesto. Todo lo demás es conformarse con menos de lo que mereces.
El sábado después del directo saqué tres bolsas de " por si acaso " de mis cajones...y lo que me queda!! Gracias Sol por este recordatorio.