Si llevas tiempo acompañándome sabrás que yo me obsesiono por semanas, a veces por meses. Me obsesiono con temas a los que les doy vueltas para entendernos, para encontrar soluciones que mejoren mi vida y, por ende, las de mis alumnas.
Porque yo estoy aquí para enseñar lo que a mí me sirve, nada más.
Hago un gran esfuerzo en introspeccionar, en reflexionar, en buscarle los antecedentes a todo lo invisible que nos frena y nos jode.
Todo este rollo te lo cuento porque mi última obsesión es la prisa. Me he dado cuenta de que la mayor parte de mi vida actúo con prisa sin tener razón para ello: no hay fecha límite, no hay nadie esperando, nadie muere si yo no corro.
He llegado a la conclusión (y a la obsesión) sobre mi prisa observándome, haciendo el ejercicio (dificilísimo) de verme desde fuera y, al mismo tiempo, desde dentro. Para darme cuenta de lo que hago y de lo que siento. A veces también de lo que pienso. Pero es que las creencias y los miedos son muy invisibles, los cabrones, así que a veces no se asoman a nuestra parte consciente.
Vaya a ser que los pillemos y los venzamos.
Y en esa observación he cazado a la prisa contándome que me duche rápido, que me vista rápido, que haga mis miles de maletas rápido, que acabe ya las formaciones que tengo que impartir en abril, los textos que tengo que publicar en un mes.
Una majaronería, la verdad.
Y después de observarme, me pregunto siempre de dónde viene eso. Porque no nace porque sí y porque, con suerte, conociendo el origen, empezamos a diluir al enemigo. Nos damos cuenta de que esa creencia, ese miedo, la prisa en este caso no tiene nada que ver conmigo, sino con algo que me inocularon cuando no era capaz de discernir o filtrar. Acepté la necesidad de ir con prisa como una verdad absoluta sin cuestionarme absolutamente nada.
Y sí, la prisa nace en mi infancia. Sale del miedo de que me riñan, del miedo por no ser perfecta, por no ser la más rápida. La más lista, la más buena, la que menos molesta.
Si lo haces rápido te querrán. Este es el resumen, muy muy muy resumido del asunto. Te lo cuento para que te lo apliques y te preguntes cuántos de los ladrillos que hoy en día conforman el muro que hay entre la vida que tienes y la vida que quieres nacen del miedo a que no te quieran. Un miedo que quizás a los 7 años tenía sentido. Porque si no te quieren, no te cuidan. Y si no te cuidan, te mueres.
A los 7, ahora no. Pero no nos hemos dado cuenta.
Llegadas a este punto, tengo que recomendarte el libro “El drama del niño dotado” de Alice Miller. En él, la autora nos cuenta todo eso de lo que es capaz un niño para agradar, para ser amado. Debería ser de lectura obligatoria.
Y cuarenta años más tarde, ahí sigue la prisa empujando y contándote cosas rarísimas que ya no tienen sentido. Llenándote de estrés, con todas las mierdas que ello conlleva.
Para colmo de males, en nuestro mundo, parece que esa prisa, ese hacer muchas cosas rápido (ya no te cuento si encima están bien hechas) está muy premiado, muy aplaudido.
Muy comentado. Porque pocas veces hablamos con emoción de una tarde de manta y sofá. No contamos si estamos de lo más tranquilas, sin picos de trabajo. Y con todo esto, aceptamos pulpo como animal de compañía y la prisa y el estrés como algo normal, cuando en realidad es algo patológico.
Voy terminando porque ya me he pasado de los tres minutos y porque este texto pretende, simplemente, invitarte a reflexionar sobre nuestra necesidad de ir como pollo sin cabeza. De reflexionar en general sobre lo que sí nos sirve y sobre lo que nos molesta mucho. Abracémonos a lo primero y hagamos lo posible por desechar lo segundo.
Ten un feliz sábado.
P.D.: te dejo aquí una charla que impartí sobre la redefinición del éxito que, en mi opinión, tiene bastante que ver con el tema de estos tres minutos. Porque el éxito, nunca, jamás, NEVER puede construirse a base de malestar y autoempujones. Espero que te sirva.
P.D2.: esta semana ha visto la luz mi primero podcast mexicano (espero que no el último). El gustazo de haber charlado con Valentina Luján, de @valentinamentefeliz ha sido muy fuerte. Hemos charlado sobre reinvención, sobre la importancia de inventar las ilusiones, sobre cómo tener una vida en la que te quieras quedar. Espero que os guste. Podéis escucharlo aquí.
Llevo una temporada, en la que gracias al cambio de puesto de trabajo, me levanto con calma. Desayuno saboreando cada bocado y cada sorbo de té. Me ducho y me arreglo. Salgo de casa en calma para dirigirme a trabajar. Es cierto que me levanto a la misma hora siempre, pero el cambio ha traído esa sensación de no ir como pollo sin cabeza, y se ha trasladado a muchos ámbitos de mi vida.
La calma, perder la sensación de la prisa por no llegar a todo, nace del cambio, bendito cambio.
❤️