“Me falta lectura”, esta ha sido la frase que ha aparecido sobre mi frente (o eso me ha parecido a mí) cuando hoy me disponía a escribir mis páginas matutinas. Me sentaba pensando que hoy necesitaba poner mi cabeza enorme. Muchos cambios, muchos proyectos y algún desasosiego vital me han despertado a las cinco y una ya se conoce lo suficiente para saber cuándo los remolinos la están zarandeando. Cuando la batidora mental empieza yo me lanzo sobre la libreta. Ha sido así desde que aprendí a escribir.
Supongo que como una se dedica a lo que se dedica, hay automatismos que son inevitables. Cuántas veces me habréis escuchado lo de sacar de tu mochila lo que te sobra y meter lo que te hace falta para recorrer lo que estés recorriendo ahora mismo, para llegar al lugar deseado. Y mi meta ansiada, ahora mismo, es la calma. Ahora y siempre. Y mi cerebro automático ha agarrado al vuelo algo que hora mismo no está presente y que a mí me sirve de mecedora y de Lexatín: la lectura. Ojo, que estoy leyendo mucho, sobre neurociencia, psicología, hábitos, autocontrol. Sobre asuntos relacionados con mi trabajo, que me apasiona. Y por eso quizás se me ha olvidado un poco leer historias. Lo que leo sobre el cerebro es para compartirlo. Lo que leo en las historias es para quedármelo. Para alimentarme, llenarme, inspirarme. Para construirme, porque estamos hechas de las historias que un día conocimos y que se quedaron con nosotras para siempre. En mis cimientos están “La casa de los espíritus”, “Como agua para chocolate”, “Mirall trencat”, “La historia interminable” y tantos otros.
Lógico es concluir, pues, que cuando los cimientos se mueven hay que reforzarlos con el mismo material del que están hechos, así que hoy mismo voy a agarrarme a alguna de las veinte novelas que andan esperándome sobre mis estanterías. Digo veinte, pero probablemente son cincuenta. Aunque no lea, compro compulsivamente. Tiene un nombre esta disfunción mía, que es de tantas. Ahora no lo recuerdo.
Es curioso cómo sentarme a leer es algo, por un lado, contrario a mi tendencia de usar la acción como antídoto del desasosiego y, por otro, absolutamente necesario. Me cuesta mucho aceptar los grises. Me esfuerzo en entenderlos y aplicarlos, pero me cuesta. Algunas dirían que los Piscis vamos hacia un lado o hacia el otro, como los pececillos de nuestro signo.
El caso es que en los grises está muchas veces la solución que los blancos y los negros provocan: ni te apalanques en el sofá durante cinco horas, ni dejes que la inercia de la acción ilimitada te aparte de tu eje.
Para terminar, una reflexión: qué importante es encontrar la manera de observar lo que pensamos, lo que nos decimos. Agarremos al vuelo esas frases que parecen insignificantes y validemos el lugar hacia el que nos señalan. Seamos capaces de escuchar a esa sabiduría que no sabemos de dónde sale y obedezcámosla.
Os dejo, porque me falta lectura y lo voy a solucionar ya mismo.
P.D.: en mi membresía recomiendo, cada semana, lecturas de esas que me construyen y comparto otras muchas herramientas que me regalan paz y me ayudan a vivir en el máximo equilibrio posible. El próximo 23 de marzo impartiré para todas las suscritas una mentoría grupal sobre la gestión del miedo a la incertidumbre, aún estás a tiempo de asistir. Te dejo aquí toda la información para que le eches un ojo.
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La lectura es uno de mis hábitos. Por muy cansada que esté terminar el día leyendo es el final perfecto. Soy lectora empedernida y leer es un placer y una fuente de inspiración.
Pues yo no lo tengo como hábito diario pero sí de mis días en los que no tengo que ir a trabajar, después del desayuno. Es un momento que anhelo y que disfruto.
A punto de terminar "El olvido que seremos" de Alejandro Palomas. Me está encantando.
Y creo que es conveniente alternar textos literarios con otro tipo de textos por el simple placer de disfrutar de ellos desde las emociones que nos remueven.