El otro día, desayunando, le pregunté a mi amiga Isabel si se había marcado propósitos para septiembre. La verdad, no sé cuál fue su respuesta, si la hubo, y que conste que la escuchaba atenta, pero es que soy dispersa y me fijé más en lo que vino después, la mención a Patricia Ramírez, que había escrito en su Instagram que dejaba los propósitos para octubre, ya que septiembre llegaba con demasiada presión. (Patricia es muy lista y sabe que su público, mayoritariamente femenino, anda loco perdido coordinando extraescolares, comprando uniformes y organizándose en el curro. Normal que afirme lo de octubre, por más que ella chorree propósitos por los cuatro costados.)
Y ahí me quedé, dándole vueltas: que si la presión, que si octubre, que si los propósitos.
"Tía, pero es que a mí los propósitos me contagian ilusión, no presión", mascullé tras mi elucubración de quince segundos (le doy vueltas rápido).
Silencio.
Y cambiamos de tema, tampoco había mucho más que exprimir del asunto. Quizás porque lo de los propósitos es un poco como la política o la religión. Nadie va a convencer a nadie. O sí, pero no en ese momento ni en ese contexto. Así que voy a aprovechar este momento, un sábado de buena mañana, y este contexto, el primer artículo de los que os voy a escribir cada semana durante los próximos meses, para convenceros de que los propósitos son guays, de que los propósitos son la hostia.
Lo que pasa es que nos hemos pasado la vida sometidos a los propósitos de otros, de nuestros padres, de nuestros profes, de nuestros jefes, quizás de nuestras parejas. De nuestros políticos. Y eso no nos mola, normal. El propósito, ahí, se convierte en una mochila pesada, en una montaña que subir, en un coñazo supino. En otras ocasiones, el propósito parece ser nuestro, pero no lo es: un trabajo, un examen, una casa. Digo que lo quiero conseguir, pero si nadie me viera, si nadie me aplaudiera, me importaría un huevo.
Los buenos propósitos, los de verdad, son esos que me impulsan, que me seducen aunque nadie me los vaya a reconocer. Son los que me provocan ganas, los que me agrandan, los que me elevan, los que me acercan a la persona que quiero ser o me convierten en ella de una vez por todas. No se me ocurre nada mejor que hacer en el escaso ratito que andamos sobre el planeta, la verdad.
La gente a la que admiro tiene propósitos, estoy segura, pero no en septiembre, sino a cada minuto. Y pienso en Oprah, en su vida y sus logros (que no son más que propósitos consumados), en esa entrevista a Viola Davis que debería ser de obligatorio visionado en todas las escuelas, en todas las casas. Dime tú si habría sido posible que una niña que dormía con ratas pasara a ser una de las actrices más reconocidas a nivel mundial de no haber sido por los propósitos. Pienso también en nuestra querida JLo, ya escribí de ella aquí, el documental de Netflix solo reitera lo dicho: ole tus ovarios, chavala del Bronx. Ahí tenemos a Tom Cruise, sesenta tacos, dejándose la piel en las escenas de acción, sacándose todas las licencias voladoras del planeta, con la de horas que hay que estudiar para eso. Rodando pelis como si no hubiera un mañana ¿Por pasta? No ¿Por fama? Le sobra. Por ganas, que es lo mismo que un propósito pero en versión visceral.
En cuanto a la que escribe, respondo yo a la pregunta que le formulé a Isa: sí, los tengo. El propósito supremo: ser lo más feliz posible, vivir en calma, ponerme en forma a base de entrenar cuatro días a la semana (que tengo unas agujetas hermosísimas, ya os lo digo), comer sano, viajar más a Nueva York, organizar encuentros con mujeres fabulosas. Buscar la verdad, que no el dogma. Tener hordas de paciencia con mis rubios adolescentes. Saber más para compartir más. Decidir más y mejor. Escribir muchas historias (aquí me hallo) y, sobre todo, conseguir que la mía sea una que me interese leer.
Está demostrado que los humanos estamos hechos para avanzar, para sobrevivir; que para conseguirlo, la actitud da más puntos que la aptitud, ya sea 1 de septiembre o 14 de marzo. Que la única manera de oponerse a la inercia vital, al aburrimiento existencial consiste en plantearse metas, propósitos, objetivos. Llámalo como quieras, pero llámalo.
¡¡Magnífico, Sol!!
Eres una mujer con empuje y vocación de empujar a otras...
Eres luz