El título de este texto no es mío, sino de mi querido Igor Fernández, amigo psicólogo al que muchas conocéis por los directos que hemos hecho juntos. Cuántas veces, ante mis diatribas maternales, le he llamado buscando consejo, perspectiva, sabiduría. Cuántas veces, mi desasosiego ha tenido que ver con la evolución lógica, y no siempre agradable, y no siempre pacífica, de mis queridos vástagos. Y también, para ser sinceros, mi incomodidad ha sido consecuencia directa de mi controlfrikismo y de las malditas expectativas. Pensar que las cosas tienen que ser así o asá, dejar que los árboles me ocultaran el bosque, estar tan encima y tan cerca que es imposible ver nada. Qué obtusa he sido a veces. Soy.
Me he repetido muchas veces la frase de Igor en las últimas semanas, esta vez para usarla como bálsamo ante lo inevitable: mis chavales crecen, ya no son niños, dejarles que vivan en otro país una temporada es una experiencia apasionante y nutritiva, es multiplicar sus opciones para que elijan desde la libertad, no desde la limitación.
Yo me agarraría a ellos con brazos, piernas, dientes y orejas, pero debo dejar que la vida se abra paso, me digo una y otra vez, porque esa es mi labor: darles alas. Procurarles el espacio para que descubran quiénes son, para que se equivoquen y se saquen las castañas del fuego y comprueben que son capaces. Luchar contra mi deseo de ponerles armadura, casco, airbag. De tomar todas las decisiones por ellos para que no sufran y no se frustren. Luchar contra mi miedo enorme, ese que aparece cuando tienes hijos y que me temo se queda contigo para siempre, y que es el responsable de tantas equivocaciones porque decidir desde el miedo siempre es un error. No dejarles hacer o ser por miedo es convertirles en la mitad de lo que realmente son.
Una vez más, la vida poniéndonos a prueba, obligándonos a caminar por un hilo finísimo, manteniendo el equilibrio para no caer en patrones heredados que no nos sirven (el de la madre sufridora, la madre controladora, la madre castrante) y al mismo tiempo seguir siendo la fuente de estabilidad, de seguridad, de amor incondicional. No llamarles a todas horas, pero contarles que aquí te tienen. No asumir sus responsabilidades, pero vigilar de reojo, por si acaso. Confiar.
Y recordar que la vida se abre paso también en ti, apartar de un guantazo la culpa que asoma cuando te alegras porque su libertad es, Aleluya, la tuya.
Confieso que no he sido capaz de interiorizar lo que el cambio en este nido (que no es vacío, porque estoy yo dentro) supondrá en mi vida. No hace ni una semana que esta pájara está sola en su hogar. Pero estoy segura de que mi día tendrá treinta y cinco horas y de que mi espacio mental se multiplicará por diez. Sé que descansaré un montón, a pesar del montón de curro ingente que tengo pendiente; que disfrutaré la calma de los domingos en silencio, leyendo mis revistas y bebiendo Cola Cao sin quitarme el pijama. Que mi casa será aún más bonita, porque la observaré con detalle y no desde las prisas. Que, en esta metamorfosis, me conoceré aún mejor y encontraré recovecos y gustazos y aficiones hasta ahora ocultas porque una es humana y llega hasta donde llega. Que todo irá bien, porque la vida es tan sabia como inevitable.
P.D. Ayer salió el segundo episodio de mi podcast y en él hablo sobre dos frases que, si las interiorizamos, pueden cambiarnos la vida entera. Te dejo el enlace aquí. Gracias por acompañarme.
Gracias Sol. Qué difícil soltar. Qué complicado superar ese miedo que nos acompaña desde que tenemos polluelos. Me ha encantado la mención a un nido que no está vacío porque estás tú. Nada menos.
Suerte en esta nueva etapa.
Cuanta verdad en este texto. Y cuanta generosidad y cuanta claridad mental, Sol. No tengo hijos pero he crecido con una madre muy diferente, controladora a tope, y que limitaba tanto el vuelo que te acostumbras a volar bajo. Lo peor es que ahora me descubro a mi misma siendo igual de controladora, en este caso con mi madre anciana, y no la dejo envejecer tranquila. Que complicadas hacemos a veces las relaciones con los que queremos. Voy a intentar hacer mía también la frase de Igor, porque aquí también la vida, aunque sea el final de ella, se ha de abrir camino.
Gracias siempre por tu luz 💛