Este puede ser uno de los asuntos por los que más me preguntáis cuando hablo de gestión del tiempo, de productividad, de organización. ¿Y qué pasa con los imprevistos? ¿Dónde los meto en la agenda? ¿Cómo consigo que no se vaya todo mi plan al garete?
El hecho es que los imprevistos ocurren: esos calentadores que revientan, el coche que no arranca, el ascensor que se estropea contigo dentro. Y si eres madre, ya ni te cuento: la llamada desde el cole para contarte que el chaval se encuentra mal. Justo hoy, que tienes tres reuniones, tus padres están de vacaciones y la canguro (si existe) anda con apendicitis. El mundo contra mí, qué asqueroso.
Vamos por partes, y te lo cuento desde la experiencia, porque escribo estas letras después de una mañana toledana en la que yo tenía planeado escribir mis páginas matutinas, hacer la comida, entrenar, quedarme a currar en casa para recibir la compra del supermercado y estar tranquila el resto del mes en lo que a la nutrición de mis pirañas adolescentes se refiere, preparar mi formación de esta tarde que tiene a mi impostora diciéndome cosas horribles y comer con calma.
Me he sumergido a las 6:45 en mi escritura meditativa, contándome a mí misma que me siento un tanto intranquila por los mil trámites que tengo que hacer, por las mil fechas inciertas que no dependen de mí, por mil las tareas pendientes que no terminan y diciéndome que Tranquila, el deporte te irá bien y llegarás al Hotel InterContinental para tu formación siendo un alma calmada, casi etérea, una tía que, prácticamente, levita por las calles madrileñas. Y, en estas andaba cuando, a las 6:55, una voz congestionada procedente de mi chaval mayor me comunica que se encuentra fatal de la alergia, que está muy congestionado y que le lleve al médico.
LAMADREQUEMEPARIÓ. A VER CÓMO ME LO MONTO. JUSTOTENÍAQUESERHOY. NOMELOPUEDOCREER. AVERAHORAQUÉCOÑOHAGO.
Teniendo presente que hablamos de una congestión y que el chaval está molesto, pero cero grave, lo primero que hago es respirar tres veces, para que la maraña mental se asiente, para contarle a mi cuerpo que esto no es ningún desastre, para relativizar. Me pregunto qué es lo peor que puede pasar y lo peor no es una debacle mundial: es tener que cancelar mi formación, es que me cobren el entrenamiento, es que el del supermercado llegue a la puerta y se vuelva a llevar los tropecientos kilos de verdura y fruta.
Y abro mi cajita de herramientas, que me cuenta que esto que siento es estrés, que de los cuatro estresores que existen (novedad, incertidumbre, amenaza a mi ego y pérdida de control) me está atacando este último, porque mi planificación se ha ido a tomar por el jander. Ya tengo algo de información, me estoy dando cuenta para luego hacerme cargo. Y me recuerdo que el estrés eleva mis niveles de cortisol y de ahí el bloqueo mental. Vuelvo a respirar: cortisol vete de mí, cabrito, necesito pensar con claridad.
Y ahora que sé lo que me pasa, en lugar de darle vueltas a la inconveniencia (porque llamarlo problema me parece incluso blasfemo) voy a centrarme en la solución. Y yo para solucionar, escribo. Primero porque descargo la mente y me aseguro de que no se me olvide nada y segundo, porque sobre el papel observo, ordeno y decido.
Vamos por orden de importancia: lo principal es la salud del nene, que se le destapone la cabeza: ten un Aerius, amor. Antes de ir a urgencias, mejor ver si su alergólogo tiene alguna cancelación. Milagro: la hay. En dos horas estamos ahí.
A partir de ahí: 1) Querido entrenador, siento avisarte con tan poca antelación, me pasa esto 2) Señores del supermercado, traigan el pedido esta tarde 3) Señores del colegio, aquí estoy justificando la ausencia del nene.
Fuego apagado, chimpún.
Pero con esto no me basta, el objetivo no es solo apagar el fuego, no es solo no estar fatal, sino mejorar al máximo la experiencia, y la experiencia es cada hora y cada día que ando por el planeta.
De nuevo, observo lo que me queda de día: llevo al chaval al médico, luego necesito preparar la formación tranquila, luego impartirla. Quiero simplificar al máximo, siempre, pero en días como hoy, MÁS.
Defino las opciones: 1) Volver con mi adolescente a casa, currar desde allí con las obras de la calle reventándome los tímpanos y con mi hijo preguntándome lo que se le ocurra cada diez minutos. Si se sigue encontrando mal, esta es la única alternativa posible. 2) Llamar al Hotel InterContinental, que está entre el médico y mi casa, para preguntarles si me puedo quedar trabajando allí hasta la hora de la formación. (Si mi hijo me llamara por lo que sea, pillo un taxi y en seis minutos estoy en casa, BIEN).
Pedir ayuda es otra de las herramientas que tenemos a mano y que ignoramos tantas veces por no mostrarnos vulnerables, por miedo al qué dirán, por vete tú a saber qué. La mayoría de la gente es maja y está, no solo dispuesta, sino feliz de echar una mano a quien lo necesite.
Gracias al cielo y a los antihistamínicos, mi pollo estaba mucho mejor cuando hemos salido del médico. Y a las personas del InterContinental tendrían que beatificarlas, o darles un Oscar, o el Nobel de la Paz, porque no pueden ser más majos. No me han dejado ni acabar la frase: vente aquí, desayunas y te buscamos un espacio silencioso para que trabajes, claro que sí.
Te resumo aquí las 7 herramientas, querida, para que las imprimas, para que las memorices, para que las pongas en práctica:
Respirar profundamente, al menos tres veces, cuando sientas que llega el agobio.
Pregúntate qué es lo peor que te puede pasar (y respóndete con honestidad).
Define qué es lo que estás sintiendo y cuál es la causa (en este caso era estrés por pérdida de control).
Enfócate, no en el problema, sino en generar soluciones.
Reflexiona sobre el papel y plasma en él tu plan de acción.
No te centres solamente en apagar el fuego, sino en mejorar tu día al máximo.
No te cortes: pide ayuda. El NO ya lo tienes.
Te escribo, suscriptora, después de un desayuno glorioso, de haber finiquitado la preparación de mi formación sobre autoliderazgo, y sintiendo que hoy lo he practicado a base de bien. Que mi caja de herramientas de manejar la vida está llenita. Me aplaudo, para qué mentir, y le doy gracias a la vida por poder compartir contigo todo esto, por serte útil, por ayudarte a que te pertenezcas y por lograr, juntas y pasito a pasito, que nos pase lo que queremos que nos pase.
Genial la teoría y la experiencia personal! Lo que mas me ha gustado y creo que debemos aplicar más por lo menos en mi caso el aplaudirnos cuando hemos superado el día 👏🏻👏🏻👏🏻 Saber valorar como hemos superado los imprevistos con calma y tranquilidad y dando importancia a lo que de verdad la tiene; nuestra calma y bienestar personal🥰
Cuánto ayudas, cuánto inspiras...
Gracias!