Ni estrés es sinónimo de actividad, ni tranquilidad e inmovilidad son lo mismo. Es más, estas palabras suelen ser antónimos.
Me explico con un ejemplo real como la vida misma.
Hace unos meses me reencontré con un amigo de la infancia. Estaba deprimido, ansioso, estresado. Hecho una mierda, resumiendo. Una lesión le impedía hacer deporte, con lo que a él le mola hacer deporte, y también currar. Su curro no le gusta nada, pero menos le gusta estar en su casa sin hacer el huevo.
Volví a hablar con él hace un par de semanas, ha cambiado de ciudad y está ayudando a su tío en el negocio familiar. Le escuché cambiadísimo, con su tono de voz habitual, con su cachondeo de toda la vida. Le conté que sonaba la mar de divino y él me contestó que estaba muy contento. Estresado pero contento.
Te equivocas, chaval, el estrés no es esto. O al menos el estrés al que nos referimos habitualmente, que es el negativo, el crónico, el que nos enferma y nos jode la vida. El que equiparábamos con estar ocupados.
Y conocer esta diferencia es algo vital, porque saber lo que nos sienta bien y lo que nos sienta mal es fundamental para que nos pase lo que queremos que nos pase.
Vamos a desmenuzar este asunto, amiguis.
¿Qué es realmente el estrés?
El estrés es una reacción física y emocional ante demandas externas o internas que percibimos como amenazas. Nuestro cerebro, nuestro cuerpo se preparan para esa amenaza descargando adrenalina y cortisol como si no hubiera un mañana. Esas sustancias, por llamarlas de alguna manera, paseándose por nuestro organismo durante mucho tiempo, nos fastidian el sistema inmune y la existencia.
Ese estrés negativo, que también se llama “distress”, es el que nos ataca, entre otras razones, cuando nuestras actividades no están alineadas con nuestros valores, cuando sentimos que no tenemos control, o cuando estamos agotadas física y mentalmente. Y esto, por raro que pueda parecer, también pasa cuando no hacemos nada: como en el caso de mi amigo, un tiempo de parón forzado lo llevó a la ansiedad y a la frustración por no poder realizar actividades que le dieran sentido a sus días.
¿Te suena? A mí mogollón.
Volvamos a mi amigo, que nos está yendo muy bien el ejemplo: cuando se puso en marcha, en un entorno laboral que le mola, en una ciudad con más vida que la suya lo que pasa es que su curro no le causa tensión, y ahí está la clave. De hecho, lo que inunda su cuerpo serrano ahora mismo es el estrés positivo, también llamado “eustrés”.
Este tipo de estrés se da cuando afrontamos, no problemas, sino retos que disfrutamos y que tienen sentido para nosotras. Tenemos energía, nos sentimos motivadas, nos da un gustirrinín tremendo ir tachando tareas que ya hemos acabado. No hay amenaza como en el estrés negativo.
La actividad se convierte en un aliado para nuestra salud mental cuando se alinea con lo que somos, con lo que queremos, cuando nos sentimos útiles. Cuando lo que hacemos nos satisface podemos estar ocupadas sin estar estresadas en negativo.
Cuántas veces os he contado que yo vivía enferma antes de reinventarme, no porque le echara más horas que ahora, sino porque vivía en la amenaza constante. Qué diferente es acabar el día tan cansada como satisfecha. Qué importante es detectar cuando lo que hacemos, aunque hagamos nada, nos llena o nos vacía.
Lo mismo pasa cuando estamos en una relación que no funciona, o en cualquier situación que se sostiene en el tiempo y nos martiriza y nos drena.
Y dirás, vale tía, pues ahora sé que estoy estresada en negativo, y ya sé que no es por hacer demasiado, pero estoy metida en un bucle y no sé por dónde salir de aquí. ¿Qué narices hago? Pues allá van dos sugerencias, querida:
1. Crea unas minirutinas: como andas regulera de motivación, establece rutinas chiquitinas que te van a ayudar a recuperar la sensación de control: medita durante tres minutos, estira durante tres minutos, escribe en tus páginas matutinas durante tres minutos, camina durante quince minutos.
2. Júntate con humanos que molen: se me ha olvidado contarte que mi amigo, en ese tiempo de estrés del malo, no quedaba con nadie, no hablaba con amigos. Eso es veneno, querida, veneno asqueroso. El aislamiento y la soledad nos matan, mientras que las relaciones sociales sanas y nutritivas nos el factor determinante a la hora de ser felices y estar sanas, porque disminuyen nuestro estrés de manera drástica. Así que habla y queda con amigos, apúntate a actividades como clubs de lectura, o clases de pintura, o senderismo. Lo que sea. Sal de tu burbuja de adrenalina y cortisol.
Dos rutinas nada más, que ya me he ido a los cuatro minutos y más vale empezar lento pero seguro.
Espero que te sirva.
Feliz sábado,
Sol
Cómo me gusta y ayuda leerte!! GRACIAS
❤️