Cuántas veces habrá salido este tema en mis charlas, en las formaciones, en las preguntas que me hacéis. Cuántas veces, cuando hablo de la ambición bien entendida, de las ganas de crecer, de avanzar, de aprender surge el debate de si eso no supone una insatisfacción permanente.
¿Cómo diferenciarlo?
Para empezar, en mi humilde opinión, creo que el primer paso es, para variar, situar el foco en el lugar adecuado: en una misma. No buscar la aprobación ajena, ni fórmulas que les sirven a otros. Entender que cada uno debería inventar su manera de vivir y que lo que para uno es satisfactorio, para otro es un infierno. Que lo que a mí me da tranquilidad, quizás a ti te estresa lo más grande. Las respuestas las tienes tú, querida, siempre. Cuando decides acallar lo de fuera y escuchar lo de dentro.
No tengo muy claro cuál debería ser el orden de los factores a la hora de desentrañar si lo que me mueve es la insatisfacción perenne o la voluntad de realizarme plenamente, pero, al menos a mí, lo que me funciona es 1) Hacerme preguntas y 2) Ir al cuerpo
Hacerme preguntas que me aseguren que eso que persigo nace de la ilusión, no del miedo. Que me demuestren que yo disfruto como una locatis lo que tengo mientras trabajo por lo que quiero. Que me guíen mientras equilibro el esfuerzo con el descanso. Que me cuenten que mi camino está lleno de curiosidad, de tranquilidad (no confundamos tranquilidad con inmovilidad, por favor). No de obligaciones, no de estrés.
Preguntándome bien tengo claro lo que me llena y lo que me vacía, lo que me expande y lo que me encoge. Preguntándome diferencio lo que he creído de mí hasta ahora y lo que realmente soy (sí, lo has adivinado: una Diosa del Olimpo Vikingo)
Las preguntas me ayudan a desenredar lo que otros quieren de mí, lo que se espera de mí, lo que se supone que “tengo que” de lo que realmente importa: sentir que doy pasos en la dirección correcta, esa que me asegura que mi Yo del pasado y mi Yo del futro me aplauden y me dan las gracias por lo que estoy haciendo con su tiempo y con sus talentos.
Mis preguntas me revelan si recorro el camino huyendo de algo, o si me dirijo hacia algún lugar. Qué diferente es el resultado cuando mi criterio se basa en la evasión (o sea, en la insatisfacción) de cuando apunto a una meta clara (mi voluntad, mi ambición, mi crecimiento).
En el primer caso, lo más probable es que dé bandazos, dudando a cada paso, cansándome mucho; en el segundo, el mapa me indica la dirección exacta. Tengo el GPS afinadísimo, por eso avanzo chorreando calma y seguridad. Porque muchas veces no es el QUÉ, sino el DESDE DÓNDE haces lo que haces, piensas lo que piensas. Te mueves, decides, vives.
Y aquí enlazo con el cuerpo, porque esa expansión, esa tranquilidad, ese equilibrio, esa ilusión, los aplausos de mi Yo de otras épocas, las ganas, la calma, la seguridad revolotean en la parte física de esto que somos, las sentimos antes en nuestras carnes que en nuestro coco.
El cerebro miente mogollón, el cuerpo es sincero a más no poder.
Para ir acabando, que me pillan los tres minutos, te sugiero, ante la duda, que te plantees si lo que sientes es estancamiento o paz. Sal por patas del primero. Abraza a la segunda como si no hubiera un mañana.
Feliz sábado, querida.
P.D.: en el último episodio de mi podcast te hablo de la enorme diferencia que hay entre priorizarse y ser egoísta. Y te cuento de dónde sale la confusión para poder solucionarla y vivir a gustísimo. Espero que te sirva. Te lo dejo aquí.
Gracias Sol!!! Leerte es terapéutico 😊, cada sábado espero mi momento, mi ratito de terapia y reflexión. Te leo siempre desayunando yo solita, sin hijo, sin marido, sin nadie....mi momento
Leerte en silencio, es mi paz elegida ❤️