Hoy he hecho trampa, querida suscriptora. Lo he hecho con un para qué claro: aumentar nuestra perspectiva lo máximo posible, dotarnos de la distancia y la amplitud necesarias para ver el panorama completo y disfrutar de lo que tenemos como si no hubiera un mañana.
Espero que, para cuando acabes de leer este texto, mis letras te hayan convencido de que la trampa valía la pena.
La trampa consiste en que hoy no te ofrezco un texto nuevo, sino uno que escribí en septiembre del 2020. Ya no estábamos confinados, pero el mundo no era, ni mucho menos, lo que es hoy.
Y se nos ha olvidado.
Incluso a mí, que tengo muy presentes esos meses, entre otras cosas porque escribí y describí cada uno de aquellos días en mis libretas, se me han diluido las sensaciones de aquellos momentos de incertidumbre y falta de libertad. Y hoy, releyendo esto que ahora leerás tú, me he trasladado a aquello y he agradecido y celebrado enormemente esto.
Se me ha llenado el alma de pensar en todo lo que podemos disfrutar y que nunca deberíamos dar por sentado. Precisamente por eso es tan valioso.
El testo en cuestión es este y se llama EL MUNDO ERA UNA FIESTA (27/09/2020).
El mundo era una fiesta, por eso disfrutaba cada paseo, cada té con leche en una cafetería bonita, el montón de risas con mis amigos en cualquier terraza, en cualquier lugar. Me gustaba, y me gusta, bañarme en el mar de mi isla, bailar hasta la madrugada, abrazar a los que me caen bien, no perder ni un segundo con quien no me aporta nada.
El mundo era bonito y por eso visitaba Nueva York, Ciudad de México, París. Aunque a veces se me olvidaba la emoción de descubrir y por eso postergaba. Edimburgo, Australia, Chicago. Años mirando la agenda y pensando que ya sería. Y ahora no puede ser. Mierda.
Mi mundo era cómodo porque así me lo dibujaba. Me permitía improvisar y coger un AVE para ir a comer con Sergi al vegetariano de la Barceloneta donde nos dejan quedarnos hasta las cinco de la tarde charlando de lo divino y lo humano. Podía organizar talleres en Sevilla, en Valencia, en Bilbao y conocer a un montón de tías fantásticas. Y abrazarlas, llorar juntas, morirnos de la risa, conocernos mientras comíamos. Conocernos y reconocernos.
En ese mundo yo era valiente para inventar, porque todo era posible. Y lo sabía. Ahora, la optimista que soy se da empujones en la espalda para animarse. Esto es lo que hay. Esto también es una fiesta, pero menos. Todo depende de con qué lo comparemos y, si pensamos en un veinte de marzo, este veintisiete de septiembre es algo parecido a un carnaval: ayer te fuiste de brunch con tus niños, paseasteis, fuisteis de compras. Decidisteis ver una peli en casa en lugar de ir al cine porque estáis de mascarilla hasta el gorro, pero podíais haber ido a ver una de las cuatro pelis que han estrenado últimamente.
Mi mundo, ahora, es un poco fiesta porque mantengo mis anticuerpos. Me siento como una superheroína, pero no sé cuánto durará la mutación y cuándo volverá el miedo a contagiar, que no a contagiarme. Sentirse un arma de destrucción masiva no acaba de ser agradable. Menos mal que soy la persona más vieja con la que trato y mi socia es una vasca de veintiseis años cuyo sistema inmune se me antoja bastante supercalifragilístico.
El mundo, mi mundo, mi Madrid, anda cabizbajo y meditabundo. Temeroso y muy vacío. Los hoteles nos miran oscuros; los restaurantes, antes llenos hasta la bandera, dormitan; la Gran Vía ya no agobia, vaya un asco. Me han robado los conciertos, los teatros rebosantes, los aplausos con sonrisa incorporada. Ya no celebro los desayunos dominicales con mis científicos adorados porque algunos de ellos saben de qué va esto y nos cuentan que no debemos, aunque queremos.
Me mantengo un tanto a salvo del mundo de la información, porque ya sé lo que tengo que saber, que es poco o nada. Mascarilla, alcohol en las manos, distancias. Ya le he dicho a mi madre que puedo, pero no quiero hablar más del tema, aunque estoy escribiendo sobre él, qué incoherente. Cuanto menos espacio ocupe en mi cabeza, más puedo dedicar a leer, a aprender. Porque si no es posible volar hacia afuera, bucearé hacia adentro. Porque lo que cuenta es el interior, aunque yo siempre he sido muy del exterior, viva la superficialidad. Esa es otra, la mascarilla oculta algunas bellezas y yo he decidido contemplar lo bello a todas horas. Me he vuelto tiquismiquis, aún más. Porque como el mundo no está bonito, tengo que embellecer lo mío. Y tengo que embellecerme yo: ser más valiente, más sabia, más tranquila, más simpática, más piadosa. Conmigo también.
Quiero pensar, y pienso, que la fiesta volverá. Os juro que me la voy a zampar como si no hubiera un mañana, porque antes sabía que quizás no lo habría, pero ahora me lo han demostrado. No podemos desaprender lo que ya sabemos, sería de gilipollas total. Chicago, Australia, Edimburgo se agendarán el mismo día en que nos den luz verde. Haré una gira de abrazos y besos, algunos con lengua, aviso. Bailaré diez días seguidos, con tacones, porque son altitud, actitud y despiporre. Y lo que venga habremos de venerarlo para siempre, dejarnos de hostias, de lamentos y de mediocridades emocionales. De miedos absurdos y heredados, de complejos, de escuchar lo que dice el de enfrente para no oír lo que me grita mi cabeza. De dejar nuestra felicidad en manos de otros que no saben nada de lo que somos, y aunque lo supieran. Deja, deja, que nos han quitado un cacho de vida y habrá que recuperarlo, digo yo.
Publicaré este escrito sin corregirlo, porque no quiero perder el tiempo en perfecciones, espero que me disculpéis. Mi fiesta, en algún momento, aparecerá y tengo que prepararme. Espero que hagáis lo mismo.
Y hasta aquí, querida, mi dosis de perspectiva de hoy. Me encantaría que me dejaras en comentarios tus sensaciones, tus pensamientos al leerlo.
P.D.: en el último episodio de mi podcast hablo de una herramienta super efectiva para entender desde donde estamos tomando nuestras decisiones:
Si lo hacemos desde nuestra niña interior, decidimos desde el miedo y la búsqueda de aceptación.
Si lo hacemos desde la madre exigente que hay en nosotras nos juzgaremos y nos criticaremos muchísimo.
Es necesario decidir y actuar desde la adulta que somos, alineadas con lo que queremos en la vida y en este episodio te doy algunas pistas de cómo conseguirlo.
P.D.2: cuántas veces esas decisiones equivocadas tienen que ver con un concepto de éxito heredado, que nos vacía más que llenarnos. Hace unas semanas impartí una charla sobre esa redefinición de éxito tan necesaria para nosotras como para nuestros hijos.
También te hablo de cómo el mundo laboral está cambiando y cómo es necesario ampliar nuestra perspectiva para observar todas las opciones que existen.
Puedes acceder a esa charla sobre el éxito AQUÍ
Gracias, Sol.
Esto suena o muy filosófico o muy de servilletas de bar: la vida es eso que pasa mientras hacemos planes para un mañana que quizás no llegará.
Hoy te leo desde una silla de hospital, en la quincuagésima postura para arrancar algo de sueño a esta noche. En esta ocasión, esta dolencia pasará, pero los hospitales siempre me recuerdan que la vida urge, que se nos escapa el tiempo, que el momento es ahora.
Tu texto remueve. Fue un tiempo raro en el perdimos muchas cosas y a muchas personas. Ojalá no se nos olvide.
(Al final me he puesto filosófica: serán estas paredes o esta silla).
Gracias por el recordatorio.
Hola Sol
Una estupenda forma de llevarnos a recordar lo vivido en aquellos días. Esa sensación de la fiesta que vendría cuando esto acabara y de que todos íbamos a ser mejores personas.
Y ni hubo fiesta ni hubo mejora generalizada y se nos ha olvidado muy pronto lo que no podíamos y queríamos y seguimos sin darle el valor suficiente; hemos vuelto a la rutina como si esta realidad en la que vivimos actualmente no tuviese fin.
Menos mal que personas como tú nos ayudan a poner de vez en cuando los pies en el suelo, a ser conscientes.
No nos olvidemos de abrazar y de besar y de hacer planes ahora que podemos. De disfrutar de salir a dar un paseo con la cara al descubierto. De acudir a un cine, a un teatro, a un concierto. De vivir sin miedo.