Compartí hace unos días en redes una charla de Mauro Bonazzi, que dura una hora y media y es la mejor manera de pasar hora y media, así que escuchadla, por favor. En estos tres minutos voy a tratar, probablemente sin éxito, de condensar algo de la sabiduría de este filósofo italiano con el que me encantaría compartir mesa y té durante un rato largo.
Mauro nos habla de la importancia de la palabra, de cómo ordenan y nos ordenan, de cuánto nos ayudan a conocer y a conocernos, a encontrarnos en medio del barullo externo; y de que, si no sabemos usarla, no podemos construir, crear una realidad a nuestra medida, ni definir quiénes queremos ser, porque no sabemos qué historia nos queremos contar.
Cuántas veces he hablado, en la ventanita que compartimos, de la importancia del diálogo interno. Si no dominamos el arte de hablar, es que no dominamos pensar. Y si no pensamos nosotras, alguien nos impondrá sus ideas, su forma de vivir, su identidad. He de reconocer la diferencia que existe entre sólida y rígida, entre esfuerzo y sufrimiento, para interiorizar que lo uno no es lo otro y, desde ahí, decidir por cuál me decanto. No puedo sentirme completa, serena, valiente, si no conozco esos significados a fondo.
Mauro nos formula la siguiente pregunta: ¿qué seríamos sin las palabras? Sigo cavilando la respuesta completa, pero de momento tengo claro que sin ellas es imposible aprendernos y, desde ahí, determinar cómo queremos vivir.
El filósofo nos cuenta también que algunas corrientes filosóficas defienden la adaptación a las circunstancias como manera de llegar a la felicidad. Seamos flexibles, naveguemos los mares que nos vengan dados, porque poco depende de nosotros.
Cuando escuché esto, torcí el morro, Ay, que Mauro me está chirriando, hasta que, a continuación, mencionó a Aristóteles, que promulgaba que nuestra felicidad depende, en parte de la flexibilidad, pero también de confiar en uno mismo y enfrentarse a las circunstancias, de no ceder ante el desafío de vivir, porque si nos adaptamos siempre, nos perdemos. Y si renunciamos a nuestros objetivos, a nuestras ambiciones, renunciamos a nosotros mismos. Y si renunciamos a nosotros, no construimos. Y si no construimos, no somos felices.
Aplauso para Mauro, aplauso para Aristóteles. Viva Grecia y su gente.
Quizás alguna, escuchando la charla o leyendo este texto, se plantee cuál de las dos teorías es la verdadera, quién tiene la razón. Esta disyuntiva se nos plantea a diario en mil asuntos de la vida diaria, y mi opinión es que me da exactamente igual la solución del crucigrama: yo me agarro a lo que me impulsa, a lo que me contagia ilusión y a lo que me ancla a esto que soy, o sea, que me declaro aristotélica perdida. O tozuda a más no poder. Alguien me preguntaba el otro día en Instagram, cómo conseguía mantener la constancia en el deporte, en el trabajo. Lo consigo con cabezonería, amigas, gracias al miedo a perderme, con ansias de pertenecerme, de que me pase lo que quiero que me pase, porque hace tiempo decidí que, ante las marejadas, lo mejor que puedo hacer es atarme los remos a las muñecas. No siempre seré capaz de remar, pero nunca cederé mi poder.
La charla de Mauro es larga, ya os lo he dicho, así que le da para ilustrarnos sobre los héroes homéricos, sobre el valor de cada una de nuestras vidas y sobre unas cuantas verdades más, de las que ya escribiré en el 2023, porque ya llevo quinientas sesenta y ocho palabras y llego a los tres minutos. Los acabo deseándote, querida lectora, un año de lo más aristotélico, en el que las palabras curen y edifiquen, en el que te acompañe la ilusión y en el que la curiosidad pueda, siempre, más que el miedo. No temamos al futuro, es lo mejor que nos puede pasar.
Capacidad de adaptación y generosidad es la fórmula magistral de la felicidad. Te quiero amiga.
Justo ayer conversábamos las cuatro hermanas de lo importante de saber leer en alto y entender el significado de las palabras que lees para poder expresarte, y saber construir. Están habiendo estudios que dicen que quién bien sabe leer, mejores resultados académicos logra, imagino que una buen uso de las palabras que empleas a diario se origina de una nueva lectura y la interpretación, entendimiento y uso que haces de lo que ves escrito sobre el papel.