Cuando me preguntan que desde cuándo escribo digo que desde siempre, pero es un poco mentira. Escribía de pequeña, no podía evitarlo. Algo me preocupaba, algo me revolvía, y yo escribía. Me enamoraba y me dolía el amor, y yo escribía. Me enfadaba con mis amigas, y yo escribía. Leía mucho, muchísimo. Era hija única, andaba sola por casa, o eso me parecía a mí, así que leía y escribía. Se acerca Sant Jordi, o el Día del Libro, o llámale como quieras y, aunque este texto no ha empezado con la intención de recomendar nada, tengo que mencionar los dos libros que más me impresionaron en aquella época: “Como agua para chocolate” y “La casa de los espíritus”.
Vuelvo a lo de la escritura. Cumplí los catorce, me empezaron a gustar los chavales, iba los domingos por la tarde a la disco y dejé de escribir. Pasé de intelectual a bailonga, como si ambos asuntos fueran excluyentes. Solo agarraba la libreta con lo de los amores, pero poco. Un asco.
De cómo, cuándo y por qué volví a escribir regularmente ya he hablado mil veces: crisis de los cuarenta, un libro que me pregunta qué era eso que hacía pequeña muy bien y que dejé de hacer y, chimpún, el blog que desemboca en el sarao de vida del que disfruto ahora. Desde entonces: muchos artículos, una columna en un periódico, cuatro libros, unos cuantos diarios en mis viajes, algunas reflexiones que jamás publicaré. Y, desde hace unas semanas, mis tres páginas matutinas, fruto de la relectura de “El camino del artista”. Tres páginas nada más levantarme que son conexión, paz, revelación.
Tres páginas porque sí, sin intención, sin objetivo, sin estructura.
Lo que salga, a lo loco.
Tus tres páginas son para nada, pero lo revelan todo, amiga. Porque en ese dejarte ir dibujas la vida misma, te despelotas ante tus ojos. Te das cuenta. Querías engañarte, pero ahí estás: clavada en el papel, sin excusas y sin coartadas. Miras a los lados, por si alguien te está viendo, pero estás solo tú. Entera. Al descubierto.
Algo tendrás que hacer, porque te has pispado que tiendes a la actividad constante, que quieres escaparte del lugar tranquilo y exasperante que es el descanso. Algo tendrás que decidir, porque se te ha encendido la mecha de la ilusión por ese viaje, por el otro proyecto, por renovarte y no morir. De alguien tendrás que alejarte, ya te has contado que te drena la energía y la necesitas toda para lo de los viajes y los proyectos. Y para obligarte a parar cuando sea necesario, con lo que te cuesta.
Me preguntas en redes, lectora, qué escribir, cómo hacerlo cuando no tienes la costumbre. Olvídate del qué, del para qué. Escribe lo primero que te venga a la cabeza, lo que te alegra, lo que te preocupa, lo que planeas, lo que te frena y lo que te impulsa.
Vomita y contempla y vuelve a vomitar. No tengas miedo, porque estás sola. Y no tengas miedo, no estás sola. Tus letras son tú, tan majas como tú, dispuestas a retirarte la venda de los ojos y a darte un empujón en la dirección correcta, que es la tuya. Tus letras te muestran el norte y el camino. Son la linterna y son el mapa. Tus letras no mienten si no las obligas a hacerlo y eso te llevaría al punto de partida otra vez, qué perezón.
Escríbete y léete. No tienes nada mejor que hacer, créeme.
Me siento muy identificada con esta newsletter. Yo, hija única también, desde cría escribiendo todo lo que me bullía por dentro. Buena lectora también hasta que llegó parón para derrochar el tiempo en otros menesteres. Volvió mi curiosidad lectora y con ella la necesidad de saber si sería capaz de escribir algo. Y aquí estoy con 10 libros publicados desde que cumplí los 40 hace 5 años. Ya no me para nadie.
Gracias por volver a escribir Sol, supongo que la bailonga tuvo sus motivos, pero le agradezco a la de los 40 que haya retomado. Me encanta leerte no solo por lo bonito que se siente ir imaginando cada palabra mientras me lo disfruto, sino que también por la capacidad se aconsejar que tenés. Tengo casi 20 años, me he rodeado de libros y de personas que me hagan crecer. Desde que te descubrí déjame decirte que verte es como ver a alguien de mi familia. Me encanta escucharte y lo hago con atención, porque así no me olvido de tus consejos, de tu voz y de la forma de decir las cosas. Creo que es algo que me quedo desde que perdí a las dos mujeres más importantes de mi vida, mi mamá y mi abuela, busco en cada mujer un poquito de esos consejos que hoy ellas no me pueden dar. Definitivamente agradecida a Dios de que haya guiado tu camino hasta mi vida. De que nos crucemos al menos a través de las pantallas. Algún día, espero nos crucemos en alguna calle de Madrid o Nueva York. Por ahora soy feliz con leerte cada Sábado.
Te admiro, ya te tomé cariño Sol.
Gracias ❤️