Hace un par de semanas me arranqué con un directo semi improvisado, sin tema concreto. Colgué cajita de preguntas un par de horas antes y me dispuse a charlar con vosotras sobre esas dudas y las que pudieran surgir. En medio de vuestros comentarios y mis reflexiones sobre lo divino y lo humano os invité a que siguierais preguntando. Una de vosotras escribió lo siguiente “¿Cómo lo haces para no engordar con la edad?” En ese momento, respondí lo primero que se me ocurrió: que como lo más sano posible y que hago deporte. Que no engorda la edad, sino lo que comes, y que si tu cuerpo, por lo que sea, te lo pone más difícil para mantenerte, habrá que adaptarse y esforzarse más. Te pones a dieta y tardas un mes en perder lo que antes suponía una semana. La vida es así, no la he inventado yo, que decía la canción.
Ojalá haber parado el tiempo en ese directo para desarrollar como es debido la pregunta y todo lo que ella conlleva: la creencia, la suposición y, lo más grave, la excusa perfecta para dejar en manos del calendario lo que solo nos pertenece a nosotras: el poder y la responsabilidad de que nos pase lo que queremos que nos pase.
Cuántos comentarios recibo continuamente por las redes que tienen que ver con las limitaciones que, supuestamente, cumplir años conlleva. Encontrar trabajo a cierta edad es difícil, emprender a cierta edad cuesta, con los años engordas, no sé si a mi edad puedo todavía encontrar nuevos hobbies y un largo etcétera. Y, como me gusta cuestionar y cuestionarme, lanzo una pregunta para cada una de las suposiciones: ¿cuántos currículums has enviado?, ¿cuántas horas has empleado en mejorarlo?, ¿has buscado ayuda profesional para hacerlo?, ¿en qué está basado tu plan de negocio?, ¿cuidas tu alimentación y haces ejercicio?, ¿cuántas actividades nuevas has probado? Y las respuestas suelen demostrar que no hemos colocado nada en el platillo de la balanza que depende de nosotras.
Y como a veces lo más revelador es simplemente observar, busco las pruebas humanas de que la edad engorda, desanima y apaga. Encuentro personas que, efectivamente, en un momento dado, abandonaron la ilusión, el autocuidado, la proactividad y las metas, ¿o quizás nunca las abrazaron? ¿Realmente el declive comenzó en el momento de apagar un número determinado de velas? ¿Pudieron influir otros factores?
Ni que decir tiene que cuento a puñados las personas que, cumplidos los ochenta, siguen proyectando, aplaudiéndole a la vida, currando cada día para convertirse en la persona que quieren ser.
El patrón que frena a los primeros tiene que ver con la búsqueda de justificación ante la inacción; cuando no es la edad es el dinero y cuando no, los hijos y, casi siempre, la falta de tiempo, como si hubiera un reparto desigual de él en el planeta, como si su uso dependiera de alguien que no soy yo. Me quejo de que es imposible dedicarle veinte minutos al arte de la sentadilla mientras hago scroll en Instagram a todo lo que da. Y ojo, que aquí levanto la mano porque nadie está libre de haberse dejado caer por el tobogán vital en un momento dado. Seamos sinceras y reconozcamos cuando el abandono es la excepción y cuándo es la regla. Cuéntate la verdad, porque solo desde ahí podemos agarrar el timón y disfrutar del rato que nos queda por aquí, sea mucho o poco.
Quizás el problema de fondo sea que confiamos tan poco en nosotras mismas que nos parece razonable que la edad, el dinero o la falta de él, una distribución del tiempo desfavorable o cualquier otra circunstancia decidan lo que va a pasar con nuestro cuerpo, nuestra existencia, nuestro potencial. Quizás alguien nos enseñó que lo que hay que perseguir es lo fácil y que lo fácil es la inacción. Que la plenitud es algo que se regala a otros y que no hay nada que yo pueda hacer para conseguirla.
Todo mentira, querida suscriptora, todo mentira. Mentira, repito.
La confianza en una misma empieza cuando cumplimos con las promesas que nos hacemos; cuando atravesamos, acojonadas perdidas, nuestras limitaciones. La acción es la única manera de vencer la gran trampa, que nunca es la edad, sino todo que te dices sobre ella. Sobre ti.
Bravo 👏. Efectivamente, no es la edad lo que engorda. Lo que engorda es la inactividad, la falta de sueños, el no atrevernos a salir de la zona de confort, el mirar, o admirar a referentes, sin plantearnos la posibilidad de que nosotras también podemos. A punto de cumplir 61 añitos, con miles de miedos y con millones de proyectos, voy a empezar a emprender y hacer realidad mis sueños. Sin prisa, sin pausa, como las estrellas.
Lo que importa es el entusiasmo, las ganas y hacer algo que te apasiones.
Yo estoy de acuerdo en cada palabra. Y leyendo esto se me han desbloqueado recuerdos de la infancia y juventud. Mi abuela aprendió a nadar y montar en bici a los 60 años, cuando se jubiló su marido -mi abuelo- y se volvieron al pueblo, allá por los años 90. Mi otra abuela aprendió a usar internet con 80 años cuando yo me fui a vivir al extranjero y se dio cuenta de que la mejor forma de estar en contacto conmigo era a través de las nuevas tecnologías. La motivación y las ganas lo son todo, se tenga la edad que se tenga!