Hace unas semanas hice trampa, amigas, repetí un texto que había escrito en pandemia con tal de regalarnos perspectiva y celebración.
Hoy vuelvo a hacerlo, te cuento por qué.
He tenido una semanita complicada, con marrones de curro cuya resolución no dependían de mí (con lo que me jode eso), con el estrés que eso provoca. Y el remolino mental. Y el cabreo monumental. Y la frustración. ¿Te suena?
Eso va a volver a pasar, porque forma parte de la vida adulta, no hay otra. Podemos quedarnos ahí, por los siglos de los siglos, dejando que la negatividad nos absorba como un tornado, o plantarnos firmes y repetirnos que esto quizás nos tambalea, pero de ninguna manera va a tumbarnos.
Y con tal de conseguir esa estabilidad en medio de la tormenta hemos de colocar mucho peso en el lado correcto de la balanza: el de la felicidad, el de la plenitud, el del “agustismo” inmenso.
Este texto que escribí hace ya algunos años resume ese peso, el norte al que deberíamos mirar.
Espero que te sirva para llenarte de perspectiva y te ayude como me ha ayudado a mí estos días.
Vamos allá:
El secreto de la felicidad consiste en saber qué nos hace felices y rebozarnos en ello, así de simple. Ojo, y he escrito “simple”, no “fácil”. La simplicidad se basaría en los escasos pasos que te separan de lo que quieres. Es lo opuesto a complejo. La facilidad estaría relacionada con el esfuerzo que tienes que hacer para conseguirlo. Es lo opuesto a difícil.
Algunos ejemplos de objetivos cuya consecución es simple, pero para algunos nada fácil serían:
Hacer ejercicio es simple, solo hay que elegir qué es lo que voy a hacer: puedo correr, subir escaleras, ir a una clase en el gimnasio, apuntarme a baile, etc. Decido y me muevo. Nada más. Pero a algunos no les resulta nada fácil.
Lo mismo con comer tres frutas y dos raciones de verduras diarias. Simple a más no poder, entonces ¿por qué no lo hacemos?
Para viajar sola solo tienes que comprar un billete e ir al aeropuerto, o a la estación de tren, o ni eso, tan solo coger el coche y enfilar la carretera. Lo mismo con ir sola al cine, o a comer sola. O estar tan a gusto sola. No hay nada más simple, pero para algunas, de tan difícil, se convierte en imposible. O eso creen.
Dejar tu trabajo, si no te gusta, no puede ser más simple: carta de renuncia y Ciao, bacalao. Entonces, ¿dónde radica la dificultad?
Por el contrario, hay tareas sumamente complicadas, pero de lo más fáciles. Como el funcionamiento de un ordenador: lo encendemos, abrimos una aplicación y a teclear. Sin tener, la inmensa mayoría, ni puñetera idea de lo que albergan las entrañas del aparato.
¿Por qué insisto tanto en la diferencia entre estas dos palabras? Porque el lenguaje determina cómo pensamos, y nuestros pensamientos definen cómo nos comportamos y, por tanto, cómo somos. Vuelve a leer esta frase, querida lectora, porque puede resultar importantísima en tu camino hacia la felicidad. Paremos a pensar qué significan las palabras que nos decimos, para qué nos las decimos, dónde las hemos aprendido. Determinemos si nuestro lenguaje nos impulsa o nos frena y, desde ahí, decidamos cómo lo vamos a usar a partir de ahora. Cuántas veces vamos a dejar que el vocablo “difícil” nos clave al suelo de la insatisfacción.
Siguiente paso, una vez tenemos la distinción clarita, hemos de conseguir que lo simple nos sea cada vez más fácil. O, al menos, que la dificultad no suponga un freno invencible.
¿Cómo lo consigo?
Pues como se consigue todo, amiga, PRACTICANDO. La práctica consigue que la distancia entre lo simple y lo fácil disminuya. Este “practicando” sería la repetición en la implementación de los hábitos. Practicar sería, también, atravesar el miedo (a viajar sola, a dejar tu trabajo, a decirle adiós a tu pareja, a crear tu propio negocio, a ponerte una minifalda si es lo que te apetece). Porque una vez traspasado el primer miedo, el segundo se nos antoja mucho menos aterrador. Y el tercero, ni te cuento.
Practicar sería detectar qué creencias cercenan mi vida. Darme cuenta de lo que no creo merecer, de lo que no me creo capaz, de lo que creo posible o imposible.
De nuevo, practicar es simple, pero quizás no fácil. Lo sería mucho más si diéramos el tercer paso: imaginar lo que hay al otro lado de la dificultad, del miedo, de las creencias. Lo que hay al otro lado, te lo digo ya, no es más que la felicidad en la que quieres rebozarte. Lo que hay al otro lado es un cuerpo sano y fuerte del que te sientes orgullosa, la calma que llega cuando eres tu mejor compañía, la libertad que acompaña la seguridad en una misma, un trabajo en el que te sientes realizada, una vida en la que te quieres quedar.
La motivación para ponernos en marcha hacia lo que deseamos, solo llega cuando somos capaces de reproducir en nuestra mente lo que seremos, veremos, escucharemos y sentiremos después del esfuerzo, de realizar eso que ahora sabemos que es tan simple, pero que se nos antoja tan difícil. Es necesario desgranar en qué consiste nuestra particular dificultad y generar una estrategia que nos permita ver, a través del muro, la película de nuestra vida, la protagonista que deseamos ser. Conectar tanto con ella que podamos tocarla, observar cada una de sus características, enumerar lo que quiere, lo que no quiere y lo que va a hacer para agarrarse a lo primero y desechar lo segundo.
P.D.: para ser felices necesitamos tener energía y sentirnos bien en nuestro cuerpo. Y de eso va el último episodio de mi podcast, en el que Mario Orellana nos cuenta cómo hemos de alimentarnos siempre, pero especialmente en menopausia para manejarnos como las Diosas que somos. Yo os hablo de cómo modificar nuestro diálogo para que nos impulse en lugar de castigarnos. Porque los hábitos nacen del gustazo, o del machaque. Escúchanos aquí
Mil gracias Sol , cuánto nos motivas 🌻
Que maravilla leerte un sábado por la madrugada, cuando mis pensamientos de desolación me abruman y mil preguntas se cruzan en mi mente. Cuando me despierta la angustia de no saber cómo avanzar. Todo todo todo lo que escribes es maravilloso.