El lado oscuro
Hacía tiempo que no tenía una sesión de coaching individual. El resto de actividades ocupan ya mucho tiempo en mi día a día y hace rato que decidí que descansar y tener vida social eran dos de mis obligaciones vitales.
Pero hoy he comenzado un proceso con una mujer estupenda, llamémosla Berta, y he recordado lo mucho que me enseñan mis coachees sobre el mundo y sobre mí misma.
Rara es la vez en la que no descubrimos similitudes en nuestras vidas. Incluso paralelismos, tan, tan paralelos que dan miedo ¿Cómo es posible que jamás, en las entrevistas previas al proceso, hubiéramos hablado de esto y que coincidamos totalmente en vivencias tan inusuales?
Y es que nada es casualidad. Ni magia, sino ciencia. No lo afirmo porque conozca la teoría exacta, pero estoy segura de que la hay y de que tiene que ver con la percepción de expresiones invisibles, con gestos milimétricos, con nuestra necesidad no tan oculta de relacionarnos con aquellas en quienes nos vemos reflejadas, o con nosotras mismas, de una manera incomprensible y extraña. Con fórmulas que nos presta nuestro inconsciente para enseñarnos a vivir.
Muchas de esas mujeres me enfrentan a mi presente, a mis dudas, a mis miedos. Me procuran la perspectiva necesaria para detectar sus patrones y, por ende, los míos. Para encontrar sus soluciones, que serán las que yo deberé aplicar. Para identificar sus miedos a los que, adivina, he de hacer frente.
Hoy hablaba con Berta de la importancia de conectar con la persona en la que queremos convertirnos. De meternos en la piel de quien ya ha conseguido lo que yo ansío. Algo así como conseguir que mi Yo del futuro le muestre a la Yo de hoy lo que la espera. Porque, en la mayoría de ocasiones, nuestra inacción viene provocada por nuestra ignorancia, porque no imaginamos la maravilla que nos espera al otro lado del esfuerzo.
Curiosamente, la cosa funciona igual a la inversa. Una vez abandonas el lado oscuro, no hay vuelta atrás. No eres capaz de recordar con exactitud el amasijo de miedos que te frenaba, cómo se articulaba ese monólogo interior que te contaba que no hay salida, que no serás capaz, que mejor lo malo conocido.
Ves la película y a la prota, insegura, acojonada, inmóvil. Tiene tu cara, vive en tu casa, es madre de tus hijos, pero no eres tú. Tú no te permitirías esa dejadez, no pasarías de largo sobre tu propia vida, sobre ti misma. No ignorarías tus talentos, tus placeres, tu voluntad. No te pasarías todo lo que es importante para ti por el mismísimo arco del triunfo.
Y le cuentas a Berta, que quiere reinventarse, que salte, que no está loca, que lo racional no es anclarse a la tristeza inmensa, sino huir de ella a toda velocidad, que tú no sabías que se podía ser tan feliz y que aquí estás, siéndolo. Berta te cuenta, cansada, que no quiere esforzarse más. Pero es mentira, porque Berta confunde esfuerzo con sufrimiento. Y tú hace tiempo que descubriste que el esfuerzo bien entendido se funde con la ilusión, pero es que las dos habéis pasado mucho tiempo empujando en la dirección opuesta a vuestros sueños, y eso agota. Eso destroza. Se lo aclaras. Ella abre mucho los ojos, ni se le había ocurrido. Joder, es verdad.
Os despedís planeando cómo se levantará mañana imaginando que ya es libre, porque es valiente. Que se felicita mientras desayuna con su gata, frente al mar. Que su café sabe a lo que sí quiere. Que las ganas le llenan el cuerpo para que así no quepa el miedo.
Que os veis al otro lado ya mismo.