Mantener el equilibrio no es algo que se me dé especialmente bien, supongo que por eso le doy tantas vueltas al tema. Mi objetivo en la vida es divertirme, sentir bienestar a tope. Para estar bien he de vivir en calma. No hay calma sin equilibrio. Ay, qué complicada la vida del adulto.
He resuelto que el primer paso para alcanzar el equilibrio consiste, como no, en conocerse a una misma, en saber de qué pie cojea, cuáles son tus sesgos es fundamental para colocar el peso adecuado en el otro lado de la balanza. Tiendo a la actividad constante o me apanarro en el sofá a la primera de cambio; me tiro de cabeza sobre el trabajo y me olvido de que hay vida más allá del ordenador o me paso la vida de café en café y de charla en charla, dejando el curro para última hora y desquiciándome cada vez; me entrego sin mesura a los demás y me olvido de mí misma o descuido mis relaciones mientras me ensimismo en mi yomemíconmigo particular. Y en medio de todo eso, la virtud de la que habla el refrán.
Para ponérnoslo aún más difícil, la vida ya nos ha contado que hoy necesitamos esto y mañana aquello; que lo que hoy nos regala el balance deseado, mañana no nos sirve.
Aquí aparece el segundo paso del camino hacia el equilibrio: la presencia. Tan necesaria para escucharnos, para preguntarnos, para darnos cuenta porque solo así podremos hacernos cargo. Entrenar este coco majara nuestro para que deje de darle vueltas a lo que ya pasó y que no pierda el tiempo en predecir todos los desastres planetarios que podrían acontecer es condición indispensable para tomar las riendas de nuestra vida y llenarla de lo que sí nos coloca en el lugar adecuado, uno en el que sentimos que agarramos el timón, las riendas y el volante. Ojo que el caballo se revolverá, habrá tormentas tremendas, se nos pinchará alguna rueda, pero si estamos donde tenemos que estar, es decir, en nosotras saldremos indemnes tarde o temprano.
El tercer bolardo en esto del ansiado equilibrio cuando ya sabemos quiénes somos y estamos domando a nuestro cerebro travieso sería la decisión seguida de la acción. Vamos a ver cuándo y cómo consigo descansar, activarme, cuidarme y también cuidar, currar bien que no es lo mismo que currar más, darme gustazos, respirar cuando toca y apretar si lo creo necesario. Observar con perspectiva y asegurarme de que construyo una vida equilibrada a base de horas, días, semanas y meses equilibrados. Echarle atención e intención al tiempo que pasa entre mi despertar y la hora a la que me voy al sobre y también a esos dos momentos, tan importantes a la hora de definir si empiezo el día con la balanza en su sitio o derrapando una vez más.
Convenzámonos y sepámonos merecedoras con tal de andar por la vida con los pulmones llenos y el pescuezo relajado, con la madeja mental desenredada y el estómago aplaudiendo, no retorciendo. Sonrisa en ristre, por favor, por dentro y por fuera, porque si no, no cuenta. Cuerpo erguido, alas desplegadas, cabeza bien alta.
Acerquémonos a todo eso que el diccionario nos indica como sinónimo de equilibrio: igualdad, armonía, sensatez, mesura, quietud, consonancia y un montón de palabros más que relajan y hacen sonreír. Alejémonos de lo que y de quién pretenda alejarnos de ellos.
Abracemos, defendamos y anclémonos a nuestro equilibrio, no tenemos nada mejor que hacer.
El equilibrio
Con la edad, el tiempo, las vivencias...he aprendido que vivir con ese equilibrio como brújula y referente es el único camino a mi felicidad, a mi sensación de plenitud.
Gracias un sábado más
Buenos días. Gracias una vez más. Todo cuanto leo de ti me ayuda. A ver si me voy encontrando y, con ello, mi equilibro. Piensas muy bien y muy claro. A mí me está costando deslizar la madeja.