Hace unos días, aproveché un viaje a Barcelona para acercarme al pueblo de la Costa Brava en el que crecí. No iba desde el verano de 2021 y pocas han sido las veces en las que lo he visitado en los últimos treinta años. Fue decidir que organizaría una cena con las amigas del cole y me invadió una ilusión efervescente, de las que te hacen aplaudir y pegar saltitos histéricos.
Cómo vamos a reírnos, a ver qué me cuentan de su vida, qué gustazo besuquearlas.
Llegó el día, pasé por Calella a recoger a Sandra en el coche de mi madre. Y venga besos y venga qué guapa estás y venga qué bien vernos, nenanenanena. Vamos directamente a casa de Pat, que así estamos más rato juntas. Me ducho allí y listos.
Y más aplausos y más besos y más saltitos histéricos en el rellano de Pat. La ducha, compartida, claro, vaya a ser que nos perdamos cinco minutos de conversación. Qué irrepetible la confianza que te regalan trece años de aula compartida. De secretos, de primeras veces, de vida.
Cenamos en un mexicano en el que unos robots paseaban bandejas con sobras de comida. Yo no entiendo nada pero esto me gusta. Nos atendió un camarero que en algún momento fue un niño del pueblo que yo conocía. Me suena esa cara que era otra cara. Lo mismo me pasó con la chica que me cobró al día siguiente los croissants del desayuno ¿Fuimos amigas o la conocía solo de vista? ¿Se ha preguntado lo mismo al verme ella a mí?
Adam vino en moto desde Barcelona expresamente para la cena, Luisa cambió sus planes porque no podía faltar, Nuri se levantaba a las siete y allí estuvo, siendo graciosa y rajando hasta las dos y pico, que le quiten lo bailao. Qué bien, mi ilusión no es solo mía y eso la convierte en algo aún más enorme.
¿Cómo puede ser que haya tardado más de un año en agendar esta maravilla? Hay que ser gilipollas, pero esto no se va a repetir: iré más a Lloret, tres veces al año como mínimo, porque la vida va de lanzarse sobre lo que te contagia ese gustirrinín máximo que siento cuando me acurruco entre mis compis de la Inmaculada Concepción; cuando tengo que esforzarme en no hacerme pis de la risa tres veces en una hora; cuando paseo por la playa de mis primeros besos; cuando recorro mi historia, que es la de esas calles, la de la Plaça de l´Església, la del Mediterráneo frente a mi casa.
Me apearé a menudo de la rueda de hámster adulta para tomar la perspectiva que me regala contemplar a la persona que era y compararla con la que soy. Le preguntaré a la Sol de 1980 si me aplaude o si mi riñe, si he tratado bien a sus sueños o si los he lanzado por la borda, si esto es evolución o involución. Me fijaré en lo que he aprendido y en lo que he olvidado por error, si dejé por el camino algo o a alguien importante.
Me agarraré fuerte a los recuerdos compartidos; a nuestro amor, tan ancho y tan largo, tan elástico, tan tierno, y encontraré la fórmula para vivir, al mismo tiempo, allí y aquí: en la sorpresa de lo nuevo y en la experiencia que dan los años, usando lo uno para conseguir lo otro. Entender de dónde vienes suele ser la mejor manera de saber quién eres.
Preguntar a la niña que fuiste (que eres) como brújula en la vida. Buen día.
Preguntarle a la niña que fui si me aplaude o si me riñe.... me encanta el ejercicio, fantástica forma de conocer el estado de satisfacción con tu vida...
Gracias Sol.