Ya es raro que yo escriba un texto el día de antes de su publicación, pero aquí estoy, sobrevolando el Atlántico y escribiendo algo que estás leyendo en estos momentos. Los vuelos me inspiran, supongo que será por la distancia de todo, por el aislamiento.
Qué buena es la perspectiva, practiquémosla.
Volando voy, volando vengo he decidido que hoy no hablaré de todo eso que me entusiasma, que es lo que hago normalmente, sino de todo eso que olvidaría de buen gusto. Lo olvidaría porque no me sirvió de nada y, si aprendí algo de esa situación fue a un precio demasiado alto.
Es positivo saber qué quieres olvidar, porque significa que no quieres repetirlo, que si se plantea un escenario parecido has de salir pitando en la dirección opuesta.
Olvidaría de buena gana las relaciones en las que me perdí, que coinciden, claro, con las épocas más oscuras de mi vida. De hecho, casi las he olvidado, pero queda el miedo. Y el miedo a repetir esas dinámicas de mierda ha sido mi mejor motor para aprender a elegir bien. A elegirme siempre.
Olvidaría mi año en Puerto Rico, ese año perdido en el que lo único que aprendí es que no debo quedarme ni un minuto de más en cualquier sitio donde no sea feliz. Vale, buen aprendizaje, pero coño, tampoco hacían falta 12 meses para darse cuenta…
Olvidaría las decepciones muy dolorosas, las verdades que no necesitaba saber porque no me han servido para nada más que para sufrir. Porque no tienen solución. Ojito, que hay algunas decepciones que mejor no olvidar porque sí impidan que tropieces con la misma piedra. Por ejemplo, con la piedra editorial tradicional que se queda con toda tu pasta sin hacer el huevo. Decepción horrible porque estaba relacionada con mi ilusión más grande, que era escribir un libro, y decepción fructífera, porque desde que autoedito soy feliz como una perdiz. Yo me lo guiso, yo me lo cobro.
Las veces en las que he ignorado a mi intuición no quiero olvidarlas, porque sí me han enseñado a agarrarme fuerte a lo que me cuentan mis tripas.
No quiero olvidar las veces en las que no he creído en mí, para no repetirlas. Yo palante como los de Alicante.
No olvidaré nunca las segundas oportunidades erróneas, que son las que das cuando no ha cambiado nada. En la pareja, en el curro. En todo. Si no cambia algo que sea fundamental para mí, ni segundas oportunidades, ni hostias. No mola nada darte cabezazos contra el mismo muro una y otra vez. Cambiemos de muro, porfa.
No olvidaré jamás los ataques de ansiedad. También es verdad que, gracias a dios, no soy capaz de recordarlos en toda su extensión. Para eso tendría que sentirlos otra vez. Y, mira, no. Tenerlos presentes me ayuda a valorar y celebrar todos los momentos en los que estar viva no significa que me duela el alma. Qué maravilla.
Me ha gustado hacer el ejercicio de elegir lo que quiero borrar de mi mente y de mi vida. Me he conocido un poco más. Me ha servido para validar mis decisiones, porque hace mucho de todo eso que olvidaría. Porque ahora solo rezo por acordarme de lo que vivo y repetirlo muchas veces.
Será la madurez, yo qué sé.
P.D.: en el último episodio de mi podcast hablo de gestionar la maldita autoexigencia. De cómo conseguir avanzar sin que eso suponga flagelarnos. Te lo dejo aquí.
Gracias por ponerle palabras a “eso” que compartimos entre muchas de forma silenciosa, me flipa como me veo reflejada, y a su vez ver que no soy a la única a la que le invadan estos sentimientos…
A veces me pregunto qué nos ha llevado a sentir o percibir de esta forma las vivencias 🤔
Un brazo y mil gracias por esto que nos compartes😘
Gracias por llevarme de la mano para recorrer acompañada tierras que aunque a veces remueven y duelen siempre es sanador 💜