Me gustan las rutinas, los rituales, los hábitos. Me proporcionan orden, calma mental. Me cuentan que, siguiendo los pasos que yo misma establezco y obedeciéndome sé lo que va a pasar, y eso me gusta. Por mucho que a una no le dé excesivo miedo la incertidumbre, sentir que caminas con las riendas en la mano te regala seguridad.
Lo que nunca había experimentado, creo, era una ceremonia. O al menos no lo había llamado así, y a veces ponerles nombre a las cosas ayuda a que les dediques intención y atención.
Y hoy me he montado mi ceremonia particular. Todo empezó en un curso para mejorar la escalabilidad de mi negocio. Te preguntarás, suscriptora, qué tiene que ver lo empresarial con lo ceremonial: pues mucho.
El curso en el que ando inmersa está dirigido a mujeres, para empezar, y como está muy bien pensado, incluye contenido relacionado con cuidar el motor del negocio, o sea, a una misma. Cuidar es cuidar. Por dentro, por fuera. El coco, el cuerpo. Detallo, porque se nos olvida todo el rato. Somos una y todo esto es de una. También es de una lo que dejamos escondido en un cajón, olvidado, mientras la vida pasa y tú andas en el día a día, sin acordarte demasiado de conectar contigo, con todo lo que es tuyo.
Así que la autora del curso, que es muy lista y muy consciente, nos propuso una ceremonia con cacao ceremonial, valga la redundancia. Yo jamás había oído hablar del producto de marras, pero como soy fiel creyente de que para tener éxito en la vida (y que cada una invente y defina su concepto de éxito) es de gran ayuda hacer lo mismo que otros que lo han logrado, allá que pedí mi cacao y allá que hoy, domingo, mientras mis adolescentes están haciendo deporte y reina el silencio en mi hogar, he seguido la receta y me he tirado medio en bolas en la alfombra de mi salón, con mi taza llena de líquido marrón, rodeada de mis velas olorosas, mis girasoles, mi vision board lleno de intenciones, un perfume que me recuerda tanto a Nueva York que al olerlo estoy allí y una banda sonora que me agarra a mi propia columna vertebral. Cosas de fuera que me ensamblan con lo que hay dentro.
Y a respirar y a beber a sorbos, y a dejar que la música se funda con mis pulmones mientras me despatarro en el suelo, más a gusto que todo.
El aire que entra y que, por fin, me llega hasta los talones, vaciándome de lo que no me sirve y llenándome de mí. De mis sueños, de mi poder, que es mucho cuando lo reconozco y lo acepto y lo abrazo. Adiós a lo de ayer, que ya no y bienvenido a lo que está por venir porque, como me dijo alguien muy sabio “La vida solo va en una dirección”. Solo desde ahí puedo, podemos, despegar. A veces no es cuestión de empujar muy fuerte, sino de soltar peso muerto para que la vida se te cuele en los entresijos.
Sentir que, desde ya, esta ceremonia o cualquier otra tienen que formar parte de mi vida, porque es necesario aislarme de todo y de todos un rato para escucharme y verme; porque es obligatorio usar herramientas que me sirvan, al mismo tiempo, de microscopio y de telescopio, para captar todos mis detalles y para ver el cuadro completo de mi vida y del mundo, para sumar el resultado de ambos y diseñar un mapa que es solo mío, porque solo mío es el punto de partida y todas las metas.
Y diseñar un mapa que es solo tuyo, querida lectora, porque solo tuyo es el punto de partida y todas tus metas.
Qué maravilla ☺️. Por cierto, ¿podríais hablarnos del proceso que estás llevando a cabo? Muchas gracias 🙏
Que belleza de texto Sol, admiro tu manera de escribir porque transmite todo lo que querés decir de manera clara y sencilla. No hay palabras de más ni de menos. Es hermoso leerte cada semana, gracias por estos consejos que tan útiles le son a esta lectora. Un saludo ❤️