No recuerdo en qué artículo, pero seguro que he escrito antes sobre la envidia, porque es algo que me causa cierta curiosidad, creo. Soy consciente del daño que causa a las personas que la sufren y también a aquellas que temen la envidia de los demás. No acabo de entender ni lo uno ni lo otro, porque no envidio a nadie y porque, la verdad, las envidias ajenas solo me sirven como bandera roja. Por ahí no, amiga, por ahí no.
Pero yo no estoy aquí para entender, sino para compartir cosas que a mí me sirven con tal de anclarme a mi bienestar el máximo de tiempo posible, por si a otra la ayudan. Así que vamos allá.
Lo primero será saber qué narices es la envidia y aquí he decir que usamos un poco mal la palabra, porque muchas veces decimos AY, QUÉ ENVIDIA, cuando lo que estamos pensando es que nos encantaría estar ahí, sentirnos así, tener eso, pero sin querer que el que lo está disfrutando deje de hacerlo. No nos jode que el otro se lo esté gozando, sino el no estar nosotras ahí. Eso no es envidia, es ser una humana normal, siempre que no pretendas estar en todas partes, sentirte de todas las maneras, tenerlo todo.
La envidia es sentirte mal porque otro tenga éxito, porque otro tenga tal o cual cualidad o talento, tanto dinero, una casa así o asá. Lo que sea. El envidioso envidia hasta lo que no conoce. Un desastre, la verdad.
¿Cómo podemos detectar al envidioso? Hace comentarios despectivos, críticas, minimiza lo que otros consiguen diciendo que es por suerte… ¿Te suena? A mí sí, tengo unas cuantas cuentas bloqueadas en Instagram por rollos de estos. Y unas cuantas personas bloqueadas en la vida por rollos de estos. Con la de personas que se alegran de lo bueno que te pasa más que tú… Para qué juntarte con los del lado contrario.
Ahora que tenemos al envidioso retratado, vamos a por ese miedo irracional (como casi todos) a que nos tengan envidia. Ese miedo puede limitar nuestra vida sin que nos demos cuenta: minimizamos nuestros éxitos, nos autoboicoteamos para no lograr lo que deseamos, no compartimos nuestras alegrías. A ver si así los envidiosos no nos ven. Nos sentimos culpables por brillar, como si tuviéramos que escondernos, como si tuvieran la capacidad de hacernos algún daño.
Recuerda que no te joroba el que quiere, sino el que puede.
Y apagándote la única que te está haciendo daño eres tú.
El miedo a la envidia ajena, en realidad, conecta con nuestra necesidad de pertenencia y aceptación. Si creemos que nuestro brillo genera envidia, resentimiento, críticas, preferimos andar de puntillas, nos negamos a sobresalir, y eso no puede ser.
El primer paso para liberarnos de este miedo (vamos al turrón) es reconocer que la envidia de otros no tiene NADA que ver con nosotras. El envidioso envidia a todo el mundo, todas las cosas, en cualquier circunstancia.
Es un insatisfecho crónico. Un coñazo de persona.
Lo de siempre: no podemos controlar lo que los demás sienten, pero sí podemos decidir cómo reaccionamos nosotras.
Y nosotras hemos venido al mundo a triunfar, a deslumbrar, a comportarnos como las Diosas del Olimpo Vikingo que somos.
Si conseguimos ver la envidia como un síntoma de la carencia interna del otro, dejaremos de tomarla como algo personal. La clave está en entender que no somos responsables de los sentimientos ajenos, y que nuestro deber es mantener el compromiso con nuestra divina persona y no encogernos, sino expandirnos. Si a alguien le incomoda tu grandeza, el problema es suyo.
Celebrar nuestros logros con humildad, y también con orgullo, es ser libres. Y libres es todo lo que queremos ser. No estamos aquí para que el de enfrente nos escupa sus frustraciones, sino para aplaudirnos a cada paso.
Feliz sábado.
P.D.: si te apetece compartir este texto, yo te lo agradezco a granel. Si añades el enlace del artículo le haces un favor a la persona que lo quiere leer y a mí también.
P.D2: si dudas sobre cuál es tu concepto de éxito, si quieres saber qué preguntas hacerte para crear tu propia definición, quizás te ayude esta charla que te dejo AQUÍ. En ella hablo de descubrir tus talentos, de que hay factores que culturalmente nos influyen y que quizás deberíamos cuestionar.
Siempre acertadisima Sol. Afortunadamente la envidia es un defecto que no tengo. Siento muchísima admiración por aquellas personas que consiguen cosas maravillosas que todos anhelamos a tener, pero jamás eso me ha hecho sentir algo negativo contra esas personas como respuesta. Cuando es admiración hay respeto y despierta las ganas de emularlo, de aprender o si no está a tu alcance lo aceptas y lo aprecias. Nunca tendré las piernas de Naomi Campbel, pero puedo intentar que las mías estén los mejor posible y por supuesto nunca desearé que la Campbel se las rompa. Porque el envidioso no solo cree que aquello que otro tiene no se lo merece y apelará a la suerte o cosas mucho peores para quitas todo el mérito a sus logros, es que desea fervientemente que parta un rato al objeto de su envidia. Cierto que en el pecado llevan la penitencia porque el envidioso nunca está satisfecho consigo mismo pero hacen mucho daño al envidiado tratando de hacerle dudar de su valía. Detectarlos y alejarse como dices es la respuesta y nunca alentar con el critiqueo los sapos que sueltan fruto de envidia.
Gracias Sol. Me encanta leer tus artículos y sacar siempre cosas que me ayudan en mi desarrollo personal