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Si me sigues en redes, probablemente te hayas enterado de que el fin de semana pasado fui a Lloret de Mar, el pueblo de la Costa Brava en el que crecí, para celebrar la fiesta de los cincuenta. No una cena del cole, no una fiesta de mi pandi: una fiesta para todos los que nacimos en el 73 y que, de una manera u otra, estamos relacionados con el pueblo, ya sea porque vivimos, fuimos al cole o pasábamos los fines de semana allí. De haber asistido todos, calculo que habríamos sido más de doscientos, solo en mi clase, entre el A y el B, éramos setenta. Había tres colegios en ese momento, las cuentas están claras. El caso es que nos reunimos solamente cincuenta y una personas.
Os contaré rapidito la ilusión desmesurada que me provoca siempre ver a mis amigas del cole, la emoción de ver los jetos que no contemplaba desde hace más de treinta años, la sensación tan rarísima de conversar sobre hijos y curro con alguien que en mi coco sigue teniendo dieciséis años.
Cenamos, bailamos, nos destrozamos los pinreles, nos morimos de la risa, cantamos hasta la afonía y nos acostamos cuando brillaba el sol en lo alto. Vamos, lo que toca.
Las del círculo más íntimo dormimos agrupadas en dos casas y quedamos para comer el domingo, porque después de tal experiencia religiosa, el separarnos de golpe se nos antojaba un golpe demasiado doloroso como para poder soportarlo. Y también, seamos honestas, porque comentar las jugadas al día siguiente es casi igual de divertido que vivirlas.
Entre el arroz y los postres saqué el tema de que fuéramos tan pocos, sobre todo cuando la inmensa mayoría vive allí. A ellas no les extrañaba demasiado y yo flipaba en colores mientras le buscaba la explicación a tal fenómeno. Mis amiguis decían que igual no les hacía mucha ilusión, que la gente está ocupada, blablablá. Y, mientras tanto, yo calculaba cuánto me había costado decidir que me cruzaría medio país para ir a esa fiesta, igual que lo cruzo cada vez que surge la ocasión para juntarnos. La respuesta fue fácil: cero segundos, es decir, nada. Nada porque nunca existió otra opción, no tuve que contemplar otra posibilidad. Hay fiesta del 73, voy. No me planteé si había tantos kilómetros, si tendría que madrugar, cuántos kilómetros me separaban de los bailes, las risas y las charlas. La meta me deslumbraba tanto que no veía nada más.
Resolví, frente a un crocanti y una Comtessa, que mi objetivo en la vida es crear tantos recuerdos extraordinarios que, cuando llegue el momento final, ese en el que te pasan los eventos importantes por delante como si de una peli se tratara, no tenga que escarbar para encontrarlos, sino descartar unos cuantos del mogollón. Y que me cueste mucho conseguirlo.
Y lo extraordinario, para mí, no está hecho de grandes viajes, grandes logros, grandes aplausos, sino de grandes abrazos y grandes risas y grandes complicidades. Está lleno de mariposas en el estómago, de alegría y de conexión. De amor por la historia que te estás contando y que deberías construir cada día huyendo cual galga de la inercia y de lo gris. De perspectiva, para valorar lo realmente importante y dejar de lado las excusas y la pereza, que nunca ayudaron a crear nada bonito, ni grande, ni brillante. Ni nada. De ganas de vivir. De una amistad tan efervescente y tan antigua que sobrevuela la vida entera.
Escribo esto cinco días después de nuestro encuentro, todavía renqueando por la falta de costumbre, por el trasnoche, por los tacones. Y todavía sonriendo y echándolas de menos muchísimo. Ansiando que nos inventemos, pronto, otro momento extraordinario que echarnos a la mochila.
1973
Qué bonito crear recuerdos, y buscarlos y perseguirlos, cruzándote medio país si hace falta, me ha encantado leerte así de buena mañana. Feliz sábado
Querida Sol,
Gracias por estos 3 minutos y todos los demás. Son las 9:39 de la mañana y estoy esperando el tren, con mis labios rojos de diosa del Olimpo, para acercarme al centro de Madrid y pasear con ojos de turista por lugares que ya conozco bien. Hace años que te leo y he dicho adiós a la pereza y hola al movimiento, al compartir momentos con mis personas , a disfrutar y a quererme infinito . Me encantaaaaa leerte un abrazo enorme. María