La magia que se crea en un grupo de mujeres que no se ha visto jamás y que parten de cero en la ciudad que nunca duerme. La libertad y la conexión. Ser parte de ese recuerdo, que es para siempre. Lo guapas que son siempre las viajeras que nos acompañan a Nueva York. Redescubrir rincones con ellas. Las mariposillas en el estómago al adivinar desde el taxi el perfil de mis rascacielos. Sí, son míos, qué pasa.
Volver a ver “Gremlins” en pantalla grande, regodearme en la genialidad de Spielberg, volver a sorprenderme por la facilidad con la que pasa de la ternura al salvajismo en un segundo. Comentar la peli y la vida con amigos propios y ajenos frente a una mesa llena de cosas que me encantan: hummus de remolacha, alcachofas, ceviche.
Viajar en tren, el paisaje desde el tren, escribir desde el tren, que es lo que estoy haciendo ahora mismo. Ese limbo fantástico que se crea cuando no estás ni aquí ni allí.
Contemplar la noche estrellada, cual Neruda, desde el avión. Flipar enormemente con la cantidad de estrellas que se ven sobre el océano interminable. Ellas estaban antes que yo y seguirán allí cuando yo me haya ido. Acordarme de los que ya se han ido y que el pellizco se mezcle con la sonrisa; no sé si con la suya, tan perenne, o con la mía. Sentirme parte de algo tan enorme que no alcanzo a entender. Saber que soy una minúscula caca de mosca comparada con esa enormidad. Relativizar, claro, qué bien.
Organizar mi agenda y que, en las próximas semanas, haya muchos ratos dedicados al aprendizaje, al estudio, a lo desconocido y a lo nuevo. Muchos. Colocarme en la posición de alumna, otra vez, porque subirte a la tarima es algo extraordinario, pero ahora necesito quiero absorber, llenarme, crecer.
Dejar un lugar que me gusta tanto como Nueva York y mezclar, a partes iguales, la morriña y el gustazo que me da volver a Madrid, a mis rutinas elegidas, a mi casa luminosa, a mi Fabulofi, a mi comida y a todo lo que elijo cada día, una y otra vez. No siempre fue así, por eso celebro tanto que ahora sí lo sea.
Las ocurrencias de mis adolescentes, comprobar que el humor de los Aguirre tiene continuidad. Esa felicidad brillante y efervescente que solo nace de quien chorrea curiosidad, energía e inocencia a partes iguales. La complicidad entre nosotros, por fin.
Una temperatura que es la felicidad: vaqueros y sudadera. Así tendría que ser siempre.
Hablando de temperatura mágica: planear visita a Ciudad de México. Qué belleza, qué comida, qué música, qué cultura, qué gente. QUÉ GANAS. Disfrutarlo desde ya, imaginarme con mi Tru en nuestros sitios, descojonados de la risa, arreglando el mundo mientras engullimos tacos al pastor como si no hubiera un mañana.
La llamada de mi gine para contarme que todo está perfecto: citologías, mamografías, ecografías, analíticas, densitometrías y seguro que se me olvida algo. Sana como una rosa. Que se me salten las lágrimas de la alegría, porque lo único importante es la salud y porque sé que la lotería le puede tocar a cualquiera. Celebrémonos a cada minuto, joder.
La gente desconocida y simpática con la que te cruzas en un ascensor o en cualquier sitio y que, con una frase y una sonrisa, te reconcilian con la humanidad entera. Quiero ser esa gente.
Que Spotify te recuerde una canción que no escuchabas hace décadas y que te alegra la mañana, como esta. Dime que no es maravillosa, tan ochentera y tan dicharachera. Bailo en el asiento del tren.
Escribirte y esperar que frente a tu pantalla sucedan tan chulas como las que te cuento desde la mía. No sé si hoy, pero pronto, seguro.
☺️k gustazo leerte cada sábado
Mila esker☺️👏✨🌻🌸
Feliz finde
Preciosa Sol